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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



sábado, 15 de octubre de 2011

Sobre todos los miedos que rompen en otoño

Rojas, caen, secas, vuelan unos segundos, creen que son libres y al fin, tocan suelo, muertas. Las crestas del paisaje se doran y el cielo se encapota con todas las lágrimas evaporadas. Llega y arrastra los últimos rayos de Sol hasta la orilla, los ahoga en el lago y acaba con ellos. Una última luz, tan brillante que duele, rasgando desde la superficie del agua cristalina que pide auxilio. Sonrisas heladas. Viento y lluvia y adioses y, sí, otoño. Los ratos contigo secuestran el tiempo y pierdo la noción de la estación que atravieso, pero tarde o temprano tengo que abandonar tus brazos y vuelvo al mundo real y consciente, donde todo es barro, donde veo los meses pasar demasiado rápido y las manillas del reloj corriendo contra mis instintos, recordándome segundo a segundo que estoy haciendo algo malo. Y lo peor de todo: temo. Tengo miedo. De volver a tus brazos y que el tiempo quede nuevamente en suspenso y perder la cuenta de todo lo que llevo. De las veces que me desnudo. De las veces que te desnudo. De las veces que me y te desnudas. De las caricias en el hueco de las alas. De los besos que pierdo en tu piel y de las palabras a cobro revertido. Sobre todo de estas últimas. De esas que, si dices, necesitan respuesta idéntica de la otra parte. Necesitan del consenso no hablado de ambas partes del abismo. De un mismo sentimiento a los dos lados de la última frontera.

Tengo miedo de decirlas y que no haya respuesta. De que se vuelvan rojas, y caigan, secas, volando unos segundos, creyendo que tú también vas a pronunciarlas y al final no lo hagas, y toque suelo, muerto.

lunes, 3 de octubre de 2011

Sobre el momento en que todo implosiona

Positivismo, sonrisas, brillo, alegría, brisa, lago, canciones, carcajas, verde, besos, agua, caminos y de golpe se rompe la gota de cristal que pende sobre el vacío que ignoras. Como el canto del cisne. Un sonido tan agudo que no lo percibes, pero los pedazos caen rasgando el pericardio y todo se ennegrece. Y la sangre cuaja formando un charco bajo tus pies en el que solo tendrás dos opciones: resbalar, o cuajar tú también. Desnucarte o desecarte. Morir rápida o lentamente. Nada más. Y nada menos.

Todos los kilómetros encaramados a tu espalda para darte cuenta que no te queda nadie a quien cargar en ella, que no tienes a nadie que te cargue a ti. Cumples las más negras profecías que se barajaban y dejas a las cartas y al azar la decisión final. Destinado a amar un corto tiempo y a sufrir el resto. Destinado a no conocer a nadie para siempre. A poner tierra de por medio. A enterrar, poco a poco, entre sangre cuajada y cristales turbios, tus sentimientos.

Morir rápida o lentamente. O morir escogiendo.