Me volví a equivocar. En medio de la noche, a oscuras, después de haber bailado hasta sentir que cada una de las células de mi cuerpo pedía un respiro, después de haberme bebido hasta las ganas de vivir, después de estrellar las penas contra la pista, después de estrellar y de estrellarme. Me volví a equivocar. Tras haber pasado la noche deshaciéndola en camas agenas, sí, camas, que han sido más de una. Tras haber cantado hasta que la voz decidió abandonarme, tras haber sentido el peso del mundo sobre mis hombros y haber visto a las estrellas mirándome como si fuera uno más entre ellas, allí arriba. Tras haber cruzado el infinito como un pincel en llamas dejando tras de mí la estela de la vida, tras haberme sentido parte de la creación, tras haber soñado con morir de éxtasis en el zénit de mi existencia.
Sí, volví a beber hasta perder el control en el centro de la pista y cuando desperté había ido haciendo zigzag hasta tu casa, había llamado a tu timbre y me había dejado lamer las heridas de una noche de perros en tu habitación. Me volví a equivocar.
Sí, volví a beber hasta perder el control en el centro de la pista y cuando desperté había ido haciendo zigzag hasta tu casa, había llamado a tu timbre y me había dejado lamer las heridas de una noche de perros en tu habitación. Me volví a equivocar.