Tomar distancia. Cruzar el meridiano en busca de la respuesta a tus miserias y descubrir que siempre tendrás un nuevo problema para cada solución propuesta. Caminar sobre ascuas. Llorar sobre cenizas y embadurnarse en la masa tibia que resulta de tantos fuegos fatuos y llantos vanos, como cieno, como brea. Y regocijarse en ello. Empezar la casa por el tejado y dejar que los cimientos de tus preocupaciones coronen la obra, protagonicen tu novela muerta de final abierto. Que por más que huyas los miedos te pisan los pies. Que vayas donde vayas, el Sol está en todas partes, y mostrará tu sombra. Que a cada paso te deshojas. Que pierdes tus pétalos podridos, y el deshecho no siempre hace barbecho. El corazón no nació para ser arado y tú has dejado pasar por el tuyo todos los yugos de esos para los que eres demasiado inteligente para comprender, y demasiado tonto para no querer. Por mucho que corras, caerás en los mismos charcos, tropezarás con las mismas aguas turbias. Sólo escribir te salva, y escribir, a la vez, te desgasta. Devasta. Desangra. Desgarra.