Domingo, 1 de agosto, 1915
Ya han pasado más de dos meses desde que llegué a esta maldita mancha en el Adriático. Te he escrito todos los días porque no tengo nada que hacer fuera de las cuatro paredes de este cuartucho de hostal, con una cama, una mesa y una pequeña ventana desde la que se ve el mar y por la que se cuela el salitre y se me pega a la piel dejándola salada como cuando acabábamos de hacer el amor. Y entonces me acuerdo de ti y las noches se alargan como un páramo sin sueños.
La ciudad es un tejemaneje de industrias grises y fantasmas. La gente camina del trabajo a casa y de casa al trabajo. Aunque se suponga que es el último rincón del continente en paz, lo cierto es que parece que la guerra pese más que en pleno centro de la batalla. El miedo se cierne sobre los tejados y dibuja sombras en la mirada de los transeúntes. Aún así, en el bar que hay en la planta baja del hostal se puede oir a la banda de músicos que venía en el barco tocando animadas melodías a todas horas y en el resto de locales la gente aprovecha para soltar todas sus sonrisas censuradas durante el dia y brindar en torno a partidas de dados o apuestan en peleas de gallos.
En resumen, una ciudad insípida con sus ruinas y miserias, como si me hubeira quedado en Londres, pero con menos habitantes y con el salitre el del mar en lugar del sabor de tus besos. Hoy ha llegado un comunicado del frente, dicen que el escuadrón de tu marido se va a instalar en Lurthana, la capital del país, ojalá vengas con él. Sé que no podré tocarte, pero me conformaré con acariciarte con las pupilas...
Ya han pasado más de dos meses desde que llegué a esta maldita mancha en el Adriático. Te he escrito todos los días porque no tengo nada que hacer fuera de las cuatro paredes de este cuartucho de hostal, con una cama, una mesa y una pequeña ventana desde la que se ve el mar y por la que se cuela el salitre y se me pega a la piel dejándola salada como cuando acabábamos de hacer el amor. Y entonces me acuerdo de ti y las noches se alargan como un páramo sin sueños.
La ciudad es un tejemaneje de industrias grises y fantasmas. La gente camina del trabajo a casa y de casa al trabajo. Aunque se suponga que es el último rincón del continente en paz, lo cierto es que parece que la guerra pese más que en pleno centro de la batalla. El miedo se cierne sobre los tejados y dibuja sombras en la mirada de los transeúntes. Aún así, en el bar que hay en la planta baja del hostal se puede oir a la banda de músicos que venía en el barco tocando animadas melodías a todas horas y en el resto de locales la gente aprovecha para soltar todas sus sonrisas censuradas durante el dia y brindar en torno a partidas de dados o apuestan en peleas de gallos.
En resumen, una ciudad insípida con sus ruinas y miserias, como si me hubeira quedado en Londres, pero con menos habitantes y con el salitre el del mar en lugar del sabor de tus besos. Hoy ha llegado un comunicado del frente, dicen que el escuadrón de tu marido se va a instalar en Lurthana, la capital del país, ojalá vengas con él. Sé que no podré tocarte, pero me conformaré con acariciarte con las pupilas...
wowwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww
ResponderEliminarSe pone muy interesante esta historia...
ResponderEliminarContinúa por favor
Interesante blog, interesante historia. Me engancho con tu permiso...
ResponderEliminarTe invito a que des un paseo por mi blog.
Saludos.