Ella se levanta antes que el Sol para enfrentarse a horas demasiado largas, a veces, para el ser humano. Mira la ventana, sonríe a sus sombras (que es el mejor remedio para mantenerlas como lo que son y no como lo que podrían llegar a ser), y empieza un nuevo día. Un calcetín, el otro... siente en la punta de los dedos del pié como encierra bajo la tela toda la energía que le encantaría soltar de un solo paso de danza libertadora. Pero hay compromisos, y en la vida no todo es bailar (aunque en el baile todo sea vida).
Camina, a menudo el autobús no la espera y no le queda más remedio que andar por aceras a veces más largas que las horas, pero menos que sus pensamientos. Encadena a cada paso una mentira tras otra y se convence a sí misma de que no merece la pena seguir luchando, aunque en el fondo su corazón nunca se rendirá porque siempre queda entre la sístole y la diástole una voz que le dice que ella puede. Llega al final de su destino, echa en una fosa común de aprendizajes y conocimientos las horas más vacías de su día. Porque después viene lo demás: bailar y respirar, bailar y sentir, bailar y soñar, bailar y vivir.
Y gira 360º grados a su vida en el centro de la pista, y ya no importan las llamadas, ni las lágrimas derramadas. Gira nuevamente y de su pelo se descuelgan los problemas. Da dos pasos hacia el frente, adiós a las palabras hirientes, otro paso hacia el final, adiós a preocuparse nunca más, nuevos giros y en la música se difumina su verdad (o su mentira más voraz). Y es que cuando acaba de bailar, descubre por que se despierta cada día antes que el Sol. Sabe que es lo que le gusta, y sufrir sólo es el camino hacia la satisfacción.
Camina, a menudo el autobús no la espera y no le queda más remedio que andar por aceras a veces más largas que las horas, pero menos que sus pensamientos. Encadena a cada paso una mentira tras otra y se convence a sí misma de que no merece la pena seguir luchando, aunque en el fondo su corazón nunca se rendirá porque siempre queda entre la sístole y la diástole una voz que le dice que ella puede. Llega al final de su destino, echa en una fosa común de aprendizajes y conocimientos las horas más vacías de su día. Porque después viene lo demás: bailar y respirar, bailar y sentir, bailar y soñar, bailar y vivir.
Y gira 360º grados a su vida en el centro de la pista, y ya no importan las llamadas, ni las lágrimas derramadas. Gira nuevamente y de su pelo se descuelgan los problemas. Da dos pasos hacia el frente, adiós a las palabras hirientes, otro paso hacia el final, adiós a preocuparse nunca más, nuevos giros y en la música se difumina su verdad (o su mentira más voraz). Y es que cuando acaba de bailar, descubre por que se despierta cada día antes que el Sol. Sabe que es lo que le gusta, y sufrir sólo es el camino hacia la satisfacción.
Eso es lo que yo suelo decir siempre. Si el futuro es tal y como nos lo pintan, yo no me levantaría por las mañanas. Si no tuviera la esperanza de que las cosas pueden cambiar y de que podré hacer lo que me gusta, no valdría la pena hacer nada. =)
ResponderEliminarMe ha encantado mucho, y me ha animado y todo jaja
ResponderEliminarun beso :D
Me encanta el último parrafo.. y me siento identificada yo bailé ballet sevillanas y salsa.. ahora lo dejé, sinceramente en ese momento mientras bailas te olvidas de todo...es cierto eso de que desaparecen las penas..me encanta lo del sufrimiento camino de la satisfacción.
ResponderEliminarUn texto encantador.
Mua.