He surcado los mares durante cuatro días. La playa de Ancona, Italia, desde donde partimos no estaba tan lejos, pero nos aconsejaron ser prudentes frente a la inestable Costa Dalmata y eso, sumado a la tormenta, hizo más dificil y largo el viaje. A bordo no había nada destacable: doscientos americanos, dos orondas rumanas que vendían canarios, una banda de música que tocaban tristes melodías que me recordaban a cuando te conocí en la embajada en Beirut, un limpiabotas al que le faltaba un brazo y le debía sobrar el tabaco, pues fumaba dos pipas simultáneas para dibujar después sus sueños rotos con el humo, la tripulación, mi cámara y yo.
Era el único periodista a bordo, al parecer el Europe Herald se había adelantado al resto de medios y a la guerra incluso, pues me enviaba a fotografiar el que, decían, sería el centro decisivo de esta guerra: Orovaquia, un pequeño país que ocupaba en su totalidad la península de Koltova, un rincón más del macabro puzzle que formaba la costa de los Balcanes contra el Adriático.
Nunca había oido hablar de él, una micronación a punto de caer en manos de Yugoslavia, pero que se resistía. Una perla para Occidente en medio del campo de guerra. No iba ni a su capital, sino a Spärvitce, la única ciudad donde habían encontrado desde la redacción a alguien que supiera hablar inglés en aquél maldito lugar en el pescuezo del mapa. Y allí, que ya es aquí, he desembarcado hoy. Sé que el correo no sale de la península porque los ejércitos han cortado el paso de Dubrovnik a Podgorica, pero seguiré escribiendote lo que aquí vea, porque, aunque no te tengo cerca, siento que las palabras me hacen compañía cuando eres tu para quien las sueño.
Era el único periodista a bordo, al parecer el Europe Herald se había adelantado al resto de medios y a la guerra incluso, pues me enviaba a fotografiar el que, decían, sería el centro decisivo de esta guerra: Orovaquia, un pequeño país que ocupaba en su totalidad la península de Koltova, un rincón más del macabro puzzle que formaba la costa de los Balcanes contra el Adriático.
Nunca había oido hablar de él, una micronación a punto de caer en manos de Yugoslavia, pero que se resistía. Una perla para Occidente en medio del campo de guerra. No iba ni a su capital, sino a Spärvitce, la única ciudad donde habían encontrado desde la redacción a alguien que supiera hablar inglés en aquél maldito lugar en el pescuezo del mapa. Y allí, que ya es aquí, he desembarcado hoy. Sé que el correo no sale de la península porque los ejércitos han cortado el paso de Dubrovnik a Podgorica, pero seguiré escribiendote lo que aquí vea, porque, aunque no te tengo cerca, siento que las palabras me hacen compañía cuando eres tu para quien las sueño.
MMM...interesante...
ResponderEliminara ver como continúa