Lo que más asusta de la certeza de que no existe ningún Dios allá arriba no es ni que no vayamos a tener nada tras la muerte, pues una vez muertos no nos podríamos preocupar por ello, ni que no podamos hacer responsable a nadie de nuestras desgracias y tropiezos, pues el ser humano tiene una extraordinaria capacidad para encontrar siempre a quién culpar.
Lo que más asusta de la certeza de que no existe ningún Dios es que, en los momentos en que estamos solos, sabemos que esa soledad es sumamente cierta. Que no hay nadie mirándonos las veinticuatro horas, que nadie nos sigue, que nadie sabe de todo lo que hacemos y, peor aún, que a nadie le interesa. La peor certeza de que Dios no existe es que, en su lugar, existe la soledad absoluta. El no importarle a nadie. El saber que, llegado el momento, podría darse que nadie supiera, ni se interesara, por tu existencia.
domingo, 18 de diciembre de 2011
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