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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



domingo, 25 de octubre de 2009

Te hablaría de amor, me hablarías de amar.

Pasaban las horas y te veía dormida en aquella camilla, cubierta por una sábana blanca, como tu inocencia. Vestida con un apagado camisón azul, como el cielo infinito que te esperaba. Tu piel pálida, como la vida, triste vida. Tus ojos cerrados y bajo ellos dos ojeras más elocuentes que las palabras. Tu pequeña y preciosa cabeza coronada por la más sincera y desgarradora nada. Apenas trece años y ya sabías más de la Muerte que de los juegos de niños. Apenas trece años y ninguna esperanza. Cuando abrías los ojos, hablábamos de volar. Hablábamos de reír. Hablábamos de vivir. Era curioso, porque sabías perfectamente que tu vida caminaba directa hacia su punto y final, y sin embargo hacías como si en cualquier momento fueras a levantarte de esa camilla y me fueras a decir que todo había sido un juego más, como cuando hablábamos de soñar. Me escondía en el baño y en los pasillos para dejar correr las lágrimas. Me abrazaba a enfermeras que apenas me conocían, y, es curioso, pero a veces los desconocidos son los que mejor nos comprenden. Tú veias en mi rostro delator que las lágrimas habían corrido por él, más me sonreías con la sonrisa más amplia que jamás había visto. Yo me acercaba y besaba tu cráneo desnudo mientras tú me hablabas del mañana, yo te hablaba de amargura y tu me hablabas de amar. Un día, cuando llegué a la habitación llevando en las manos mi café de todas las mañanas, tus ojos se habían cerrado como siempre, la diferencia es que esta vez no volverían a abrirse. No sé como lo supe, la habitación permanecía en la misma calma etérea de siempre, tú al fondo, junto a la ventana por la que miles de veces habíamos soñado escapar volando, con su luz sobrenatural barriendo tu rostro, perfilando tu sonrisa, una sonrisa de descanso, de paz. Tus manos se cruzaban sobre el pecho y en tus labios aún podía leer el último "te quiero" que nunca conseguiste pronunciar, y que sin embargo es el más ensordecedor que jamás he oído. Yo te hablé de pasión, de ganas de huir, de jamás regresar. Tu me hablaste de adiós, de silencio y morir, de volver a empezar. Cojí tu mano y, con la esperanza rota y el corazón destrozado, me senté a tu lado, con la única ilusión que el minutero del reloj empezara ahora a correr hacia atrás.

jueves, 22 de octubre de 2009

Laberintos

Podrás salir del laberinto, pero nunca conseguirás entender su interior.

Escapar no es siempre la solución.

martes, 20 de octubre de 2009

Tiempo

Nos pasamos la vida matando el tiempo y al final el tiempo nos entierra a nosotros.

Triste, pero cierto.

sábado, 17 de octubre de 2009

Autoretrato.


Él es C.

Le gusta: el olor a café recién hecho por las mañanas, pisar sólo los espacios en blanco de los pasos de cebra y sonreír a desconocidos.

Le disgusta: que la gente se grite, los coches rápidos y el olor del cemento fresco.

Nació un 28 de agosto a medio día, interrumpiendo toda espectativa de su madre por tener una última comida tranquila, al mismo tiempo a 2000 kilómetros del hospital en algún lugar del mundo se unificaba una ciudad acabando con una guerra y, a 6000 kilómetros, se iniciaba otra.

De pequeño jugaba a ser un caballero medieval y a romper la vajilla, o las ventanas de los vecinos. Se perdía hasta bien entrada la noche, jugaba con las normas y no le gustaba bañarse. Veía la tele y no entendía lo que era una guerra, aunque todos los días se describía alguna.

Ahora juega a ser un caballero actual y a romper con preceptos preestablecidos, o prejuicios en su defecto. Se pierde hasta bien entrada la mañana, juega con la ambigüedad y no le gustan las etiquetas. No vé la tele porque entiende lo que es una guerra, y todos los días piensa en como evitar que se describa alguna más.

Él es C., y le gusta soñar.


Son malos tiempos para los soñadores.

lunes, 12 de octubre de 2009

Dejando en un agujero...

Vivir de sueños. Morir de realidades.

Aquella mañana, triste y larga mañana, en que el tiempo se declaró en suspensión de pagos, en que el Sol decidió hacer un atasco en medio del cielo para impedir a las estrellas iluminar nuestros sueños, en que los pájaros volaban directos hacia el suelo, quemando sus plumas en octubres cenicientos... Aquella mañana tenía ganas de escribirte la canción más larga y el amor más corto. Tenía ganas de sonreírle a la Muerte y defenestrar mis esperanzas rompiendo su nuca en las aceras de algún sueño. Sueño frustrado, por supuesto.

Aquella mañana pensé en tu cabellera suelta al viento y entre sus rizos se fugaron mis pensamientos, escaparon a las palabras, sabias pero insuficientes, que les aconsejaban permanecer anclados en mi cerebro. Escaparon de mis labios y, conducidos por la brisa, llegaron a tus oídos en forma de "Te quiero".

Aquella mañana me perdí en un agujero (Ese que hay en medio de tu vientre, por el que me dejo caer cada noche antes de hacerte el amor, ese que tú llamas ombligo, y yo llamo corazón).


...unas flores amarillas pa' acordarse de su pelo.

lunes, 5 de octubre de 2009

Pedazos


Y el Sol se rompió en pedazos
cayendo desde el cielo.

Como lágrimas de un Dios muerto
sus trozos brillantes
cortaron con sus filos
las alas de mis sueños.


Las alas de los tuyos.
Las alas de los nuestros.






¿Aprenderán algún día a volar?

jueves, 1 de octubre de 2009

Solía cantar las canciones más tristes

Nació un día de lluvia y la lluvia fué la principal protagonista a lo largo de toda su vida. Llovía el día en que dijo su primera palabra -miedo-, llovía el día en que aprendió a andar -huyendo-, llovía el día en que empezó a soñar -pesadillas-, llovía el día en que mataron a sus familia en sus narices y, hasta en los días en que no llovía, llovió en su interior.

Jamás lloraba, porque cuando se crece bajo la lluvia se aprende que las lágrimas son sólo agua, más gotas de una tormenta más íntima, menos violenta, pero más hiriente, cuya única finalidad era estrellarse contra el suelo y formar charcos en los que finalmente uno acabaría cayendo.

Pero cuando se crece bajo la lluvio también se aprende a levantarse, a resurgir de sus cenizas, a secar los charcos a patadas y hacerle unos trasquilones a las nubes negras que se enredan en el pelo. Cuando se crece bajo la lluvia también se aprende a seguir por el horizonte la estela que dejan las nubes de tormenta, los culpables de los males, los dueños de la miseria, y enseñarles que, incluso bajo la lluvia, nacen soles con gran fuerza.

Soles que habitan en la mirada, en la esperanza mutilada de una niña que tubo que presenciar como en una guerra absurda más moría una familia inocente, la suya, sin poder hacer nada para solucionarlo, salvo lloverse en su interior y esperar. Esperar a que ese Sol que guarda en su alma salga un amanecer y por fín se haga de día en su tierra, dejen de sonar las canciones más tristes en su oído, dejen de morir los paisajes más alegres en su vista, dejen de existir lo sabores más amargos en sus labios, dejen de olerse las cenizas y la muerte en su olfato y dejen de sentirse los cardenales que deja la vida en el mapa de su piel.

Porque cuando se aprende antes a decir Miedo que Mamá, se aprende antes a Huír que a Caminar, y se sueña antes con Pesadillas que con Volar, sólo queda una palabra por decir, por aprender, y por soñar: Libertad.