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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



lunes, 28 de diciembre de 2009

Escapar

Escapar. Y soñar con reventar. Ser un pincel de estrellas que escriba nuestros nombres en las nubes y que pinte horizontes en las paredes de nuestra cárcel. Oír la llamada de la libertad y quemar amaneceres en tu piel mientras el tiempo fuma lentamente sus segundos. Sentir como todo explota y desaparece de nuestro alrededor, sin dejar notas de despedida ni melodías de locura que hiervan la voz. Escapar y sentir que nada a valido la pena. Nada excepto tú.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Olas


Hoy hace cuatro años. Más de 250.000 almas...
...ni una sola palabra que pueda expresar un sentimiento.

martes, 22 de diciembre de 2009

Diciembre

A finales de diciembre siempre hace frío en la ciudad. La gente se agrupa en sus casas, se abrazan, se sonríen, se sientan junto al calor de sus estufas e intercambian regalos sobre el sofá, o susurros de amor bajos las sábanas, o miradas cómplices a través del cristal de la ventana, más allá de la nieve.

Y a algunos no les parece suficiente su cama en las frías noches, mientras otros duermen en las bocas de metro esperando simplemente amanecer vivos.

Y a algunos les parecen pocos sus zapatos mientras otros sueñan con recuperar sus piés, y a otros les parece que las llemas de sus dedos no han recorrido aún suficiente piel ajena mientras muchos han perdido sus manos y no sabrán jamás del tacto conocido entre edredones.

Y para algunos la comida desborda sus platos, mientras hay quien sólo conoce platos vacíos y la desbordadura de la sed en la boca, del polvo en los labios.

Y hay quien pide padres mejores y hay quien pide sólamente padres.

Y hay quien pide tener hijos y hay quien pide recuperar a los que ha perdido.

Y hay quien pide salud y hay quien pide seguir vivo.

Y hay...

A finales de diciembre siempre hace frío en la ciudad. La nieve cae y a menudo la usamos como un conveniente disfraz para nuestra alma humana que se congela como el tiempo y no quiere mirar a los ojos de la humanidad. De la verdadera humanidad.

A finales de diciembre siempre hace frío en la ciudad, y en nuestro corazón.

A finales de diciembre...

¿Feliz navidad?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Miradas












¿Acaso tú puedes mirar a los ojos de los protagonistas
de la historia de la humanidad sin que un escalofrío
recorra tu piel y te sientas, al mismo tiempo, parte
de lo más extraordinario y de lo más horroroso que
la naturaleza ha creado jamás? ¿Acaso puedes reír? ¿Acaso no quieres llorar?

lunes, 14 de diciembre de 2009

Libertà, parità, fraternità


"Vosotros querríais transformar Italia en una plaza chillona, que insulta y que condena. Vergüenza, vergüenza, vergüenza."

la querrías convertir en una plaza silenciosa, que llora y pone el culo en pompa. Descaro, descaro, descaro.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

16:9

¿Te acuerdas cuando dijimos que íbamos a vivir en panorámico? "Como en las películas" me solías decir.

La escena siempre comenzaba igual: aparecías entre la gente que se aglomeraba en la estación, me saludabas, comenzabas a contarme mil cosas con tu voz cristalina, pero yo sólo quería escuchar una y, como veía que no llegaba, te besaba, interrumpiendo con mis labios el torrente de palabras que salían de tu boca con destino el universo. Después de agotar los segundos necesarios para no pecar de avaricia nos separábamos. Y por fín me decías "te quiero", como yo había esperado desde el primer momento. Y a eso le seguía "te he echado de menos", "te necesito", "esta noche recuperaremos el tiempo perdido"... Y así lo hacíamos, lo más lento y relajado que nos permitía la velocidad del tiempo. Y al llegar la mañana sonaba tu móvil, y los "te quiero" y los "te necesito" de ayer se convertían en los "tengo que volver a irme" de hoy. Y te acompañaba a la estación, me besabas bajo el reloj, te cogía fuerte por detrás de la cabeza acariciando tu pelo por el que se enredaban aún nuestros últimos suspiros de la noche anterior, y tú levantabas la pierna. Era la escena perfecta para el final de nuestra película... pero entonces tu tren resoplaba y tú tenías que volver a irte lejos, a perderte entre la gente aglomerada en la estación, y no había frases especiales de esas que culminan los mejores guiones. Y no había nada...

¿Te acuerdas cuando decíamos que íbamos a vivir en panorámico? Pues hace tiempo que rompí la pantalla.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Jaque

Dijo el sabio: "La vida es un tablero de ajedrez, de noches y días, donde Dios con hombres como piezas juega, mueve aquí y allí, da jaque mate y mata. Y pieza por pieza vuelve a ponerlos en la caja, pues hay un destino para la pieza, para el jugador y para Dios."

Mi vida cabe en un tablero de ajedrez, aunque a veces los cuadrados se difuminan, y no se cuando son las noches, ni cuando son los días, porque Dios juega a taparme el Sol y las estrellas con las coronas de sus reyes. Que no importa sin son blancos o negros, porque todos gobiernan un mismo reino. Mi vida cabe en un tablero de ajedrez, y una mano invisible me lleva, de aquí para allá, me levanta y me arrastra y, cansada de mí, me vuelva a dejar, pero nunca me mata. Veo caer a todos a mi alrededor, uno a uno, pieza por pieza, cumpliendo su destino, y yo sigo vivo, soy la pieza final. Mi vida cabe en un tablero de ajedrez, estoy a una L del caballo, en diagonal para con el alfil, en frente de la torre, junto a la reina, y no soy el rey. Soy el peón del equipo contrario, ¿Mate?

¿Y el tuyo? ¿Cuál es tu destino?

sábado, 28 de noviembre de 2009

Piedras

Se llamaba Fátima y tenía veinte años. Veinte piedras, las que hicieron falta el pasado veinte de noviembre para que dejara de tener nombre y edad. Es el día a día en el Cuerno de África. Es el día a día que ignoramos porque asistimos a otras lapidaciones menos dramáticas, pero más morbosas.

En el Congreso hoy se hace caso omiso a los dramas humanos que nos rodean porque a cierto presidente se le ha ocurrido dilapidar sus ingresos en un mítin típico de la España de bombo y pandereta. Y porque a la oposición le conviene tirar a dicho presidente sus piedras (y esconder después la mano, claro está).

Fué esa misma oposición la que puso la primera piedra en esto de convertir las elecciones en talent shows y ahora hace como si fuera otra estrafalaria ocurrencia del irresponsable Gobierno. Y es esa misma oposición la que acusa al partido opuesto de simular una falsa integridad cuando son las piedras de su cimientos las que con más peligrosidad se están desprendiendo.

Yo, la única piedra que lanzo hoy al centro de debate es que ambas formaciones políticas se muestran muy dispuestas a posar en las fotos junto a ONGs y obras benéficas, pero ninguna ha hecho nada por ayudar a Fátima, ni a ninguna otra. Una tortura, treinta y cuatro mujeres en lo que va de año, miles de piedras ensangrentadas... y sólo falta la piedra clave que sustente este arco: integridad política.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Nothing Else Matters

Never cared for what they say
Never cared for games they play
Never cared for what they do
Never cared for what they know...



Sin palabras.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Multicultural

Bajo de casa y paso por la frutería: naranjas de valencia, piñas brasileñas, sandías argelianas y cerezas canadienses. El tendero Raschid, que es marroquí, coje con delicadeza cada fruta en sus tostadas manos y me devuelve el cambio en catalán. Cruzo al frente y compro unas tijeras fabricadas en Taiwán en la tienda de los Tchang, son chinos, les saludo diciendo ni hao y ellos me despiden con un perfectamente pronunciado hasta luego. Paso por la carnicería de Teresa, que es del barrio de toda la vida, su Manuel la dejó plantada en el altar hace ahora ya veinte años y para curar la soledad ha adoptado dos niñas de Camerún. Le compro un filete de ternera argentina y un queso holandés que le han traido nuevo. Hago el camino de vuelta a casa pasando a por el periódico en el kiosko de Julija, rumana, ojeo el New York Times y el Le Monde por encima, ella me deja, aunque al final siempre le compro El País. Antes de entrar en mi portal saludo a Salvador, de Ecuador, que se fuma un puro cubano ante el locutorio abarrotado de colombianos, bolivianos y venezolanos que regenta, recojo el pan en la panadería de doña Isabelita, que tiene empleadas a Sara, de Lituania, y a Gabriela, de Guinea Ecuatorial, y subo en el ascensor con las manos llenas para entrar en casa, dejarlo todo tirado y volver a meterme en la cama para descubrir con mis dedos lentamente tu piel, el único lugar que no conoce de fronteras.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ella

Ella pasea vestida de princesa por las vías del metro. Ella escribe poesía en las paredes de una cárcel y atrapa sonetos con la fuerza de su voz. Ella canta canciones que no tienen notas y cuenta historias que nunca nadie habría podido inventar. Ella recoje monedas en la calle con una sonrisa y reparte tesoros entre los pobres con mil lágrimas. Ella da lecciones de geografía sobre mi piel y aprende anatomía de las culturas sentada con los piés colgando sobre el ecuador. Ella colgó la luna del firmamento y también le dió un par de patadas al Sol, para alejarlo, que quemaba sin piedad. Ella cruza océanos con tan sólo una mirada y me enseña a no ahogarme en la monotonía. Ella saca fuerzas de donde sólo queda desolación y hace florecer ríos de agua fresca en páramos devastados. Ella puede ser mi consciencia y a veces sólo una mariposa que revolotea en este otoño gris. Ella puede ser el viento que debasta las costas de este mundo y también la simple brisa que acaricia mi alma en los más tristes veranos. Ella es ella, y a veces él, y a veces neutro, y a veces nada.

Ella, sólo un corto instante de tiempo en este inmenso universo.

martes, 17 de noviembre de 2009

Drama

Castillos de arena que se llevaron las olas hace tiempo. Castillos de arena que ha arrastrado el viento. Huesos que ya sólo son polvo. Cementerios que no saben qué encierran. Tumbas abiertas, sinceras, llenas de tierra... sólo de tierra, de viento, de arena. Sonrisas muertas de las que sólo queda el eco, y a veces ni eso. Da un vistazo a mi interior y verás lo qué es dramático.

Ruinas, huesos, tumbas, silecios. Recuerdos enterrados, recuerdos desterrados, recuerdos olvidados. Restos anónimos de gloriosos pasados, difuntos respetables que han sido exhumados. Pretérito y cadáveres, todo destrozado. Cieno, barro, fango... corazones desplazados. Da un vistazo a mi interior y verás lo qué es dramático.

Da un vistazo a mi interior, lo que me queda es dramático...
Sólo gusanos, polvo y harapos.
Dramático.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Muros

Todos, de alguna manera, hemos celebrado o recordado con una sonrisa estos días cuando, hace veinte años, derribamos un muro dejando paso a la libertad. Todo han sido buenas palabras, grandes actos emblemáticos, sonrisas, cantos y euforia.

Quizá hemos olvidado que la caída del Muro también ha dado paso a que se trafique en Occidente con mujeres del Este, a que el comercio global devore al regional en los pequeños países balcánicos y eslavos, a que sean más pobres, a que estén cada vez, paradójicamente, más lejos de la democracia.

Quizá, al tirar el Muro, se vino toda la libertad a nuestro lado.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Ácido

Quiero tus labios y el sabor de tus besos. Quiero tus caricias y el olor de tu cuerpo. Absorverte el alma, caminar de la mano por una cuerda floja elevada sobre el futuro. Sobre el pasado. Y caer. Caer abrazados sobre el pretérito y el porvenir y reirnos de todo ello. De la creación. Saltar. Saltar alto, rozar las nubes con la punta de los dedos y burlarnos de Dios. Quiero acostarme junto a tí en el horizonte, sobre las olas que lentamente hacen el amor con la playa. En el horizonte, sobre las montañas que gimen cuando las penetra el Sol del atardecer.

Quiero tus lábios y el sabor de tus besos. El ácido sabor de tus últimos besos.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Eins, zwei, drei...

Los límites no los pone el tamaño de tu cama,
sino tu imaginación.

Un, dos, tres...

martes, 10 de noviembre de 2009

Un, deux, trois...

Te conocí un día de diciembre con la escarcha sobre los párpados, y en apenas tres segundos hicimos del frío helado un infierno terrenal. Un, dos, tres... Sólos tú y yo. Un, dos, tres... y los demás alrededor. Un, dos, tres...

Te olvidé un día de mayo con el sol sobre la frente y en apenas tres segundos conocí a otra gente, más interesante, más atrayente. Un, dos, tres... Intimamente. Un, dos, tres...

Sólo tres segundos son necesarios para aprender a usar las manos en aquellos rincones donde no llegan los labios. Un, dos, tres... y los dedos ya conocen superficies ocultas al resto de sentidos, sensaciones a ciegas, placeres sordos, gemidos mudos. Un, dos, tres... y se olvidan los meses, dan igual los dias de mayo y de diciembre. Un, dos, tres... sólo importan los placeres.

One, two, FREE
Four, five, SEX.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Lento

Era un día de otoño. Yo miraba por la ventana en busca de unos ojos negros que se dejaran llevar por las aceras de mi calle, y de mi mente. Tras el cristal las hojas caían lento, al ritmo del suave viento, al ritmo de mi estado de ánimo, al ritmo de esos ojos negros que tras la esquina hicieron acto de presencia sin apenas darme cuenta. Tanto tiempo esperándolos y, cuando por fín pude haberlos visto, desaparecieron. Era un día de otoño y no conseguí ver tus ojos caminando sobre las hojas que habían caído lento, al ritmo de la vida, al ritmo de mis pensamientos. Y al ritmo de mi pulso, que como ese día de otoño y como el otoño entero, llegó a su fin en invierno. Y cuando la nieve cubrió las hojas caídas lento, morí frente a la ventana, esperando ver tus ojos negros.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Noviembre

He pasado toda mi vida intentando cambiar el mundo en vano,
ahora intento que el mundo no me cambie a mí.

martes, 3 de noviembre de 2009

Cada día te quiero menos, menos.

Al frente témpanos de hielo y a las espaldas el abismo. Abismo de sentimientos, y de culpabilidad. Cogió las tijeras del cajón de costuras, y también el afilado cuchillo del tercer cajón de la cocina, y una de las bolsas de plástico que gurdaba en el armario de encima del microondas, y un martillo de los que había colgados en el garaje y hasta un trozo del espejo que se había roto hacía dos días y cuyos restos aún guardaban en el desván esperando un recambio. Lo ordenó todo siguiendo un pulcro orden sobre la alfombra de la habitación. En la cama, él dormía. Dejó junto a las tijeras los miedos, junto al cuchillo los golpes, junto a la bolsa los llantos, junto al martillo los insultos, junto al vidrio las humillaciones. Dejó todo y, decidida, sin pensar, cojió lo primero que pudo de todo ello y remató la faena en silencio. Al frente témpanos de hielo y a las espaldas el abismo. Abismo de sentimientos, y de libertad.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Ausencias Injustificadas

He estado un tiempo sin pasarme, lo siento por todos aquellos textos que no he podido leer, disfrutar y comentar. Intentaré ponerme al día.

Y gracias por los comentarios,
siempre son bienvenidos! :)

C.

domingo, 25 de octubre de 2009

Te hablaría de amor, me hablarías de amar.

Pasaban las horas y te veía dormida en aquella camilla, cubierta por una sábana blanca, como tu inocencia. Vestida con un apagado camisón azul, como el cielo infinito que te esperaba. Tu piel pálida, como la vida, triste vida. Tus ojos cerrados y bajo ellos dos ojeras más elocuentes que las palabras. Tu pequeña y preciosa cabeza coronada por la más sincera y desgarradora nada. Apenas trece años y ya sabías más de la Muerte que de los juegos de niños. Apenas trece años y ninguna esperanza. Cuando abrías los ojos, hablábamos de volar. Hablábamos de reír. Hablábamos de vivir. Era curioso, porque sabías perfectamente que tu vida caminaba directa hacia su punto y final, y sin embargo hacías como si en cualquier momento fueras a levantarte de esa camilla y me fueras a decir que todo había sido un juego más, como cuando hablábamos de soñar. Me escondía en el baño y en los pasillos para dejar correr las lágrimas. Me abrazaba a enfermeras que apenas me conocían, y, es curioso, pero a veces los desconocidos son los que mejor nos comprenden. Tú veias en mi rostro delator que las lágrimas habían corrido por él, más me sonreías con la sonrisa más amplia que jamás había visto. Yo me acercaba y besaba tu cráneo desnudo mientras tú me hablabas del mañana, yo te hablaba de amargura y tu me hablabas de amar. Un día, cuando llegué a la habitación llevando en las manos mi café de todas las mañanas, tus ojos se habían cerrado como siempre, la diferencia es que esta vez no volverían a abrirse. No sé como lo supe, la habitación permanecía en la misma calma etérea de siempre, tú al fondo, junto a la ventana por la que miles de veces habíamos soñado escapar volando, con su luz sobrenatural barriendo tu rostro, perfilando tu sonrisa, una sonrisa de descanso, de paz. Tus manos se cruzaban sobre el pecho y en tus labios aún podía leer el último "te quiero" que nunca conseguiste pronunciar, y que sin embargo es el más ensordecedor que jamás he oído. Yo te hablé de pasión, de ganas de huir, de jamás regresar. Tu me hablaste de adiós, de silencio y morir, de volver a empezar. Cojí tu mano y, con la esperanza rota y el corazón destrozado, me senté a tu lado, con la única ilusión que el minutero del reloj empezara ahora a correr hacia atrás.

jueves, 22 de octubre de 2009

Laberintos

Podrás salir del laberinto, pero nunca conseguirás entender su interior.

Escapar no es siempre la solución.

martes, 20 de octubre de 2009

Tiempo

Nos pasamos la vida matando el tiempo y al final el tiempo nos entierra a nosotros.

Triste, pero cierto.

sábado, 17 de octubre de 2009

Autoretrato.


Él es C.

Le gusta: el olor a café recién hecho por las mañanas, pisar sólo los espacios en blanco de los pasos de cebra y sonreír a desconocidos.

Le disgusta: que la gente se grite, los coches rápidos y el olor del cemento fresco.

Nació un 28 de agosto a medio día, interrumpiendo toda espectativa de su madre por tener una última comida tranquila, al mismo tiempo a 2000 kilómetros del hospital en algún lugar del mundo se unificaba una ciudad acabando con una guerra y, a 6000 kilómetros, se iniciaba otra.

De pequeño jugaba a ser un caballero medieval y a romper la vajilla, o las ventanas de los vecinos. Se perdía hasta bien entrada la noche, jugaba con las normas y no le gustaba bañarse. Veía la tele y no entendía lo que era una guerra, aunque todos los días se describía alguna.

Ahora juega a ser un caballero actual y a romper con preceptos preestablecidos, o prejuicios en su defecto. Se pierde hasta bien entrada la mañana, juega con la ambigüedad y no le gustan las etiquetas. No vé la tele porque entiende lo que es una guerra, y todos los días piensa en como evitar que se describa alguna más.

Él es C., y le gusta soñar.


Son malos tiempos para los soñadores.

lunes, 12 de octubre de 2009

Dejando en un agujero...

Vivir de sueños. Morir de realidades.

Aquella mañana, triste y larga mañana, en que el tiempo se declaró en suspensión de pagos, en que el Sol decidió hacer un atasco en medio del cielo para impedir a las estrellas iluminar nuestros sueños, en que los pájaros volaban directos hacia el suelo, quemando sus plumas en octubres cenicientos... Aquella mañana tenía ganas de escribirte la canción más larga y el amor más corto. Tenía ganas de sonreírle a la Muerte y defenestrar mis esperanzas rompiendo su nuca en las aceras de algún sueño. Sueño frustrado, por supuesto.

Aquella mañana pensé en tu cabellera suelta al viento y entre sus rizos se fugaron mis pensamientos, escaparon a las palabras, sabias pero insuficientes, que les aconsejaban permanecer anclados en mi cerebro. Escaparon de mis labios y, conducidos por la brisa, llegaron a tus oídos en forma de "Te quiero".

Aquella mañana me perdí en un agujero (Ese que hay en medio de tu vientre, por el que me dejo caer cada noche antes de hacerte el amor, ese que tú llamas ombligo, y yo llamo corazón).


...unas flores amarillas pa' acordarse de su pelo.

lunes, 5 de octubre de 2009

Pedazos


Y el Sol se rompió en pedazos
cayendo desde el cielo.

Como lágrimas de un Dios muerto
sus trozos brillantes
cortaron con sus filos
las alas de mis sueños.


Las alas de los tuyos.
Las alas de los nuestros.






¿Aprenderán algún día a volar?

jueves, 1 de octubre de 2009

Solía cantar las canciones más tristes

Nació un día de lluvia y la lluvia fué la principal protagonista a lo largo de toda su vida. Llovía el día en que dijo su primera palabra -miedo-, llovía el día en que aprendió a andar -huyendo-, llovía el día en que empezó a soñar -pesadillas-, llovía el día en que mataron a sus familia en sus narices y, hasta en los días en que no llovía, llovió en su interior.

Jamás lloraba, porque cuando se crece bajo la lluvia se aprende que las lágrimas son sólo agua, más gotas de una tormenta más íntima, menos violenta, pero más hiriente, cuya única finalidad era estrellarse contra el suelo y formar charcos en los que finalmente uno acabaría cayendo.

Pero cuando se crece bajo la lluvio también se aprende a levantarse, a resurgir de sus cenizas, a secar los charcos a patadas y hacerle unos trasquilones a las nubes negras que se enredan en el pelo. Cuando se crece bajo la lluvia también se aprende a seguir por el horizonte la estela que dejan las nubes de tormenta, los culpables de los males, los dueños de la miseria, y enseñarles que, incluso bajo la lluvia, nacen soles con gran fuerza.

Soles que habitan en la mirada, en la esperanza mutilada de una niña que tubo que presenciar como en una guerra absurda más moría una familia inocente, la suya, sin poder hacer nada para solucionarlo, salvo lloverse en su interior y esperar. Esperar a que ese Sol que guarda en su alma salga un amanecer y por fín se haga de día en su tierra, dejen de sonar las canciones más tristes en su oído, dejen de morir los paisajes más alegres en su vista, dejen de existir lo sabores más amargos en sus labios, dejen de olerse las cenizas y la muerte en su olfato y dejen de sentirse los cardenales que deja la vida en el mapa de su piel.

Porque cuando se aprende antes a decir Miedo que Mamá, se aprende antes a Huír que a Caminar, y se sueña antes con Pesadillas que con Volar, sólo queda una palabra por decir, por aprender, y por soñar: Libertad.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Segunda mano

Se vende corazón jóven, en casiperfectas condiciones. Precio a convenir.
Motivo: en esta época no hacen falta los sentimientos.

El producto presenta un sano color rojo, y es perfecto para colocarlo a la izquierda. Aunque si no encuadra con sus principios, puede usted pintarlo de otro color y ponerlo a su derecha, más no garantizamos un correcto funcionamiento.
Padece una ligera taquicardia, pero es fruto de las cosas vividas, y eso, con el tiempo, se revaloriza. Y en cuanto al ligero soplo en la válvula mitral, no se preocupe, es benigno y muy silencioso, seguro que con el ruido de las monedas en su bolsillo, ni lo nota.
En cuanto a espacio, en principio tiene un tamaño estándar, y puede usted reestructurar el interior a su gusto. Aunque la OMS recomienda tener dos ventrículos y dos aurículas (para guardar amistad, amor, salud y esperanza a partes iguales), igual a usted no le interesa, y puede hacer una única estancia donde almacenar dinero.
No lo desheche porque crea que no lo necesita, igual un día camina por la calle, ve a un pobre mendigo durmiendo en su portal y, en vez de ayudarlo, decide usted echarlo a patadas. Entonces descubrirá que no tiene corazón, y echará de menos esta oferta. O quizá cuando mire a esos niños negritos cubiertos de mosquitos y tirados sobre la arena, esperando la hora de la muerte, pues saben que la que no llegará nunca será la hora de la cena. O quizá cuando vaya a su banco y saque un dineral que gastar en su club de golf, la exclusiva ropa de su hija adolescente, la prestigiosa universidad privada de su primogénito o el yate de su encantadora (aunque hueca) esposa... un corazón de repuesto nunca viene de más.
Y yo, creanme, viéndolos día a día sumergidos en sus esferas, he decidido compadecerme de ustedes y, como de pequeño me enseñaron a compartir lo poco que tubiera, he llegado a la conclusión de que necesitan mi corazón más que yo.
Estoy abierto a cualquier oferta,
un saludo, C.C.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Por fín.


Hoy, por fín, ha amanecido el día que tanto tiempo llevaba esperando.
Hoy, por fín, he cruzado esa puerta
que hace tiempo quería cruzar.
Que tanto sufrimiento y eternas esperas me costó creer
que cruzaría.
Que tan poco tiempo me costó decidir que llegaría.
Y, sin embargo, ya ha pasado ese primer día.
Esa toma de contacto que esperaba ligera, tranquilizadora,
como un anestesiante, pero que ha sido
estresante, agobiante, apabullante.
Una puerta que se ha abierto para dejarme
más dudas y miedos de los que tenía antes,
pero que,
al mismo tiempo,
me ha dado más ganas para superar esa meta
que me marqué hace un lustro.
Hoy, por fín,
he iniciado la carrera de Periodismo.
Y a pesar del miedo, la angustia y el estrés que me espera,
soy felíz.
Simplemente, felíz.
Off the record confessions.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Metafísica de un plumazo

Los labios acostumbran a pronunciar palabras que no entendemos, o no queremos entender. Y no hablo de idiomas exóticos, hablo de despedidas, de insultos, de ruegos, de miedos en voz alta, de odios en susurros y de palabras de amor.
Los oídos a menudo deciden no escuchar, y es entonces cuando el corazón decide echar el freno de mano e iniciar el camino marcha atrás, cuando la inocencia cubría todos los rincones del alma, omnipresente.

Pasó toda una vida antes de que mi mano escribiera con la sangre de una lágrima esas líneas sobre mi lápida:

Nací, crecí, comprendí, viví, sentí, conocí, compartí... y otros mil pretéritos acabados en que decidieron hacer cola en mi memoria hasta que el verbo amé rompió la tradición. Y ante el verbo estabas tú y, tras él, ya no había nada.

Expresé, soñé, canté, bailé, pensé, retocé, jadeé, extasié, apasioné y otros mil pretéritos más acabados en que deicidieron aposentarse en fila india sobre los cadáveres de los pretéritos acabados en , pero de ellos resucitó el menos querido, el temido, el inesperado: Morí.

Y todo lo nuestro terminó de un sólo plumazo (entendiendo cuánto -física y metafísicamente- puede comprender la longitud de un plumazo con respecto a la inmensidad del espacio).

lunes, 7 de septiembre de 2009

Vente conmigo a dibujar las olas del mar...


Te dije que con mi cámara podría retratar la estupidez humana.
Y no me creías...

sábado, 5 de septiembre de 2009

¡Oh, soledad!

El horizonte ardía trás la ventana. De ese ardor que ilumina las noches en las grandes ciudades, confundiendo la luz con la oscuridad y los gatos pardos con los negros. Por más que había apagado la luz el cuarto continuaba iluminado: farolas, focos, terrazas de los vecinos...

Cerré la persiana y, entonces, sentí su presencia por primera vez. La soledad. Estaba ahí, haciéndome compañía. Hasta entonces no había sabido realmente lo que era. Siempre que la había tenido había sido por que ansiaba buscarla, para saciar mi sed de silencio junto a las olas en alguna playa hivernal o para ahogar penas con la única compañía de una copa (llena).

Esta vez se había presentado sin avisar, sin que nadie la invitara, sin que nadie la quisiera. Estaba allí y no podía echarla, ni con una copa (vacía o llena) ni con olas en playas (hivernales o en pleno agosto). Esta vez comprendía qué era la soledad y porqué la gente la temía.

Así que abrí la persiana y dejé que la odiosa luz echara a la soledad de mi cuarto acompañada de todo el jaleo, el ruido y la monotonía nocturna de la ciudad.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Empezando una nueva vida

Primeranochefueradelnido.jpg

Y así es cómo el canguro aprendió a saltar fuera del vientre.
Las cosas no se aprenden hasta que se viven
Y desde mi ventana,
son más bonitas las flores...
Independiente.

sábado, 29 de agosto de 2009

Hacia atrás

Si de pronto los relojes corrieran hacia atrás, volverían a la vida todas las personas que perdimos. Volverían los gritos de terror corriendo a sus gargantas. Volverían las balas al cauce de sus armas. Volverían las bombas a meterse en sus carcasas, los soldados a sus tierras, las cenizas a ser casas. Volvería a sus ojos cada lágrima caída y todos los miedos desaparecerían. Volverían los huracanes a ser suaves brisas y también los aludes a sus blancas cimas. Volverían los incendios a ser pequeñas chispas y todos los héroes volverían a la vida.

Si de pronto los relojes corrieran hacia atrás volvería a verte en la estación antes de la despedida, volvería a leer tus cartas que me enviaste desde la otra punta del mundo, con el ecuador, volveríamos a contar las estrellas infinitas y a dejar que nuestros pies pisaran la Luna, tumbados en la arena de alguna playa muda que con sus conchas nos hablaba en idiomas que sólo entiende el alma. Volveríamos a reír y no sabríamos de los golpes de la vida, volveríamos a sentir, y a querer, y a abrazarnos cada día.

Si de pronto los relojes corrieran hacia atrás, tú estarías viva.

viernes, 28 de agosto de 2009

18.




Por un año más, un año menos.
Todo depende de cómo se mire.
28.08.09
Feliz día de cumpleaños.

jueves, 27 de agosto de 2009

A ciegas

A oscuras y sin palabras es como mejor se aprende. Uno debe sobrevivir sin saber muy bien a qué, ni cuando, ni cómo. Y eso despierta las conciencias, hasta las más dormidas.

A oscuras y sin palabras es cuando uno aprende a mirar con las llemas de los dedos y, a tientas, va trazando un camino por la piel del enemigo que después recorrerán los labios perdiendo besos a su paso. Tras ellos nacerán los primeros sonidos, y el roce de las pestañas, y las sonrisas tímidas, nuevas, extrañas.

A oscuras y sin palabras es como las primeras veces preceden a las que siguen, más luminosas y, también, por qué no decirlo, ruidosas. Cuando ya no importan las llemas de los dedos ni las pestañas, ni la timidez. Cuando ya no importa nada y los labios corren detrás del placer, o en busca de él, sin perder ningún beso y sin dejar escapar sonrisas cómplices.

Por eso, a oscuras y sin palabras es como mejor se aprende y, también, como mejor se disfruta. Como más se siente, como más se recuerda y, al final, como más se enseña.

A oscuras y sin palabras, dando palos de ciego, se pierde la inocencia, se descubre un mundo nuevo...

jueves, 20 de agosto de 2009

Naufragio

La marea me dejó el alma encallada, despedidas, sollozos y ganas de nada. La marea me dejó escrito en las pestañas con la espuma de sus olas testamentos de añoranza. La marea me dejó polvo en las entrañas, ceniza en los labios y fango en mis sábanas. La marea me dejó muertas las sonrisas, maltrechas las horas, contados los días. La marea me dejó lo que nunca nadie deja: dolor tras dolor, pena tras pena.

La marea se llevó consigo la esperanza, los sueños, la ambición y todas mis andanzas. La marea se llevó trocitos de hielo anclados al corazón ahogado en el cieno. La marea se llevó todas tus sonrisas, todos tus latidos, toda tu alegría. La marea se llevó también mi cabeza, mi poca cordura, mis pocas certezas. La marea se llevó del horizonte las gaviotas, de la vida el amor, la playa y las olas. La marea se llevó lo poco que habías dejado en un charco tras tu partida.

Y ahora que la marea ha subido tantas veces sin devolverme nada y dejándome lo que nadie quiere, ¿Qué me queda?

Y tú contestaste: Naufragar conmigo.

lunes, 17 de agosto de 2009

Segundos Segmentados

Dicen que hay ángeles disfrazados de personas que caminan entre nosotros cuidando de que no demos pasos en falso. Tú debías de ser uno de ellos.

Desapareciste tan pronto como pronto aprendí a amarte. Tus ojos se cerraron tan rápidamente como rápidamente supe que jamás curaría la herida que tu huella dejó en mi corazón.

Y el paso de los años no ha logrado hacer nada. He empujado el minutero con todas mis fuerzas tras las hojas caídas de decenas de otoños. He dado patadas al engranaje de inviernos que duraban más de tres meses en mi interior. He pataleado, lloriqueado y golpeado las paredes cristalinas de mi alma hasta sangrar corazones sobre mis sábanas.

Y llegaron abriles con sus soles sonrientes y mayos llevados a cuestas por pájaros cantores, pero yo sólo seguía viendo eneros.

El día que moriste nevaba. Y la nieve se caló en mi cuerpo derritiendo estrellas y formando nubes sobre mi corazón. Nubes de tormenta. Tormenta eléctrica que jamás mi alma logrará olvidar.

Y así, en estos años, no ha habido día que no haya deseado que la Muerte me lleve pronto en su abrazo eterno para poder verte una vez más.

Mientras muera sonriendo, el resto no me hace falta.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Better shape up

La música reventando los oídos, la noche alargándose más allá de su fín, la gente apretada riendo por reír, alcohol a raudales, sonrisas de pega y algo más que Johnny Walker en las venas.

LLegar un día más a casa dando esquinazo a las preocupaciones, esquivando y olvidando, matando el recuerdo. Meterse en las sábanas cuando el Sol hace horas que abandonó las suyas y dejar que el sueño y el cansancio hagan su labor.

Pensar en mil cosas o sólo en bailar, volver a la fiesta una noche más. Contar las estrellas con los ojos cerrados, aguzar los sentidos, aspirar los sonidos, sentir lo prohibido, morir en la pista y resucitar con un poco más de whisky on the rocks, sexo, droga y Rock'n'Roll.

Evadirme del mundo y empezar a ocultar a toda la gente mi verdadero final, meterme en tu cama una noche más, arrepentirme al mañana y volver a caer otras mil veces más.

Y es que las noches no son diversión, no bebo por mí sino por tu corazón. No bailo por mí, bailo a tu son. No escucho el ritmo ni siento a la gente, no veo el destino ni miro de frente, me oculto, me escondo, me siento indigente. Me ahogo, me muero, me pierdes, me tienes.

And I'm losing control.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Sueños

Anoche soñé contigo.

Soñé que eras una estrella mirándome desde lo más alto del cielo, y yo, desde mi insignificable situación, te escribía palabras de amor en barquitos de papel que te enviaba siguiendo la trayectoria de las nubes. Pero nunca llegaban a tí porque siempre los hundía el rocío del amanecer.

Soñé que eras un relámpago surcando el negro horizonte en una noche tormentosa y yo le susurraba poemas al viento para que los llevara hasta tus oídos, pero tan rápido partías en dos el firmamento como desaparecías y el viento, por más que corriera, siempre llegaba tarde.

Soñé que eras el mar y yo un triste avión de papel que se había precipitado desde un acantilado demasiado bajo para sobrevivir a la espuma de las crestas de tus olas, espuma en la que me sumergía empapando historias de amor sin finales definidos, finales que escribían después tus pestañas.

Soñé que eras la vida y yo simplemente un punto y a parte, una pausa en tu infinito que soñaba ser punto y final y cada vez se parecía más a una coma.

Soñé que eras. Sin más. Y teniendo en cuenta que al despertar no estabas a mi lado, fué más que suficiente.

lunes, 3 de agosto de 2009

Cartas de amor desde una tierra desesperada

Hola cariño,

hoy es viernes, otro más. Otro de los tantos que te he escrito ya. Hoy además es impar, y como todos los días impares he salido arma en mano y he matado. Hombres, mujeres y niños. Que en la guerra no hay distinciones, eso de respetar a los débiles son romanticismos en desuso. Mañana será día par, y esos son peores. Los días pares no salgo, pero los paso acurrucado en la cama como un niño pequeño, destrozado, y recordando una a una las miradas de todas las personas que maté el día anterior. Miradas de terror y de súplica. Miradas humanas. Sí, humanas. Humanismo de ese que siento que ya no me queda y que sólo tú me haces recordar.

Hoy, como todos los viernes impares, he llorado, y eso es algo que, aunque me prometí hacerlo sólo los viernes impares, hago también todos los días pares y los que pasan entre medias.

Hoy, y aunque duela decirlo, puede que sea el último día que te escribo. Sí, me han destinado a los escuadrones, y en primera fila. Sí, ese sitio al que mandan a los cobardes. Tu marido es carne de cañón.

Quiero que sepas que, aunque muera como cobarde, tu marido siempre ha sido un valiente. Esta guerra no es la mía y me he cansado de matar a niños mientras el mío crecerá sin que yo pueda verlo. Esta guerra no es la mía y me he cansado de besar banderas que jamás dejarán escapar un llanto por mí el día de mi muerte. Esta guerra no es la mía y ya estoy arto de cantar himnos que no saben de libertad ni de esperanzas.

Esta querra no es la mía, ni la de nadie más.

Quiero que le pongas a nuestro niño Océano. Tú nunca lo has visto, pero te asombraría lo inmenso que es. Lo he sobrevolado mil veces y sólo entonces he hallado la paz que en estas tierras ya no se recuerda. Paz, curiosa palabra. Los humanos somos tan sumamente capaces de nombrar cosas abstractas que con tres letras hemos bautizado un hecho que quizá nunca conozcamos.

Si no te gusta, también puedes ponerle Libertad. No sé muy bien que significa, nisiquiera creo que exista. A mí me han hablado muchas veces de ella y sin embargo estoy luchando en esta guerra, obligado, en contra de lo que me dicta mi corazón. Cuando pregunto al respecto a mis superiores me dicen que confundo libertad con libertinaje. Aunque tampoco creo que ellos sepan de lo que hablan, se miran demasiado el ombligo como para abrir un diccionario.

Si aún así no te gustara, podrías llamarlo Amor, Amistad, Sonrisa, Sueños, Amanecer, Futuro o Infancia. Parecen cosas simples, pero una vez aquí se echan de menos.

El otro día salvé a una niña en medio de un bombardeo, no comprende nuestro idioma, pues aquí hablan distinto. Creo que a eso se le llama multiculturalidad y tiene algo que ver con lo que nos hace humanos y distintos entre todos a pesar de ser iguales. Aunque de Igualdad tampoco se oye hablar mucho por estos páramos. Mantuve a la niña escondida unos días hasta que pude llevarla a la frontera donde la recogieron unos voluntarios pacifistas. Como había olvidado todo sobre su pasado, les dije que se llamaba como tú, Esperanza.

De echo salvar a esa niña es lo que me ha llevado a que me destinen a las primeras filas mañana.

Será durante una batalla de trincheras. Sinceramente, no suele sobrevivir nadie, y yo no seré una excepción.

Ahora que ya me he desahogado, sólo queda decirte que cuando recibas la carta dejes abiertas todas las ventanas de casa y dejes sobre tu mesita de noche una vela encendida para no perderme en el infinito, que en el firmamento, con tantas estrellas, uno debe de perder el rumbo a menudo. Y es que por fín, cariño, vuelvo a casa.

Esperando abrazarte nuevamente,
tu marido que te quiere y no te olvida.

sábado, 1 de agosto de 2009

El lienzo

Cuéntame cómo aprendiste a besar sin que apenas note tus labios. Cuéntame cómo empezaste a soñar conmigo sin tenerme a tu lado. Cuéntame cómo haces para seguir sonriendo, pase lo que pase, con tu sonrisa blindada siempre a prueba de los vientos.

Cuéntame cómo hiciste para convertir tus lágrimas en sueños. Cuéntame cómo diste a tus palabras los sonidos de este cielo añil y eterno. Cuéntame cómo has pintado con los ojos cerrados este lienzo, donde miles de colores se unen a solas, como hojas caidas de un árbol ya muerto, con su melodía otoñal, formando en el suelo el vivo retrato de mi corazón soñoliento.

Cuéntame cómo tu mirada se pierde en el mar y navega tras el último aliento de mi melancolía, rumbo al horizonte como impresionistas pañuelos blancos perdidos por alguna dama en su lento paseo entre el recuerdo y el olvido, a la orilla del mar. De ese mar tan claro y limpio, de ese mar negro y oscuro, de ese mar tan brillante que un dia pintamos con nuestra sonrisa para olvidar que ya no somos nada. Que ni tu eres pintora ni yo soy tu alma.

Que los pinceles han comenzado a escribir nuevas historias en su paleta, y nos han olvidado.
Porque el amor es eso: un segundo pintado por un pincel caprichoso en un viejo cuadro.

viernes, 31 de julio de 2009

Acción. Reacción.

Cuántas veces no abré echado en falta un hombro sobre el que descargar mi rabia, y no mis lágrimas. A veces las palabras hieren más que las armas, será por ese suspiro divino que las anima, Y Dios se hizo verbo suelen decir los creyentes. El resultado es que dejan cicatrices en el alma, cicatrices de esas que se resisten a la sutura, a los antibióticos y al cariño. Cicatrices eternas.

Empiezo a notar el cansancio, cómo se rompe esa coraza que me he creado para resistir la ira de las personas, para negarme a ver la maldad. Mejor dicho: Mezquindad. Que no es lo mismo, no.

Pero ya llevaba demasiado tiempo fingiendo ver el vaso medio lleno y, como todo lo que sube baja, mi mundo se ha vuelto a caer. Nuevamente unas manos sucias, concretamente necias, lo han echado a rodar sin rumbo fijo, y esta vez ya no quiero conocer el destino. Laissez fair, laissez passer.

Me echaré a llorar (sí, por fín, llorar) sobre las piedras, y que me abriguen del frío los vientos, del miedo este cielo, del sueño los sueños, del hambre mi eco...

martes, 21 de julio de 2009

Borrones

Te dije no me ames y me contestaste te amaré. Te dije un hasta nunca y me prometiste un pronto te veré. Y así, llevándome siempre la contraria, avanzamos por la vida directos a un final anunciado, conocido con antelación, conscientes de la brevedad en la que podía sumirse la felicidad de la que gozábamos.

Yo había vivido mucho, demasiado. Guerras, hambre, injusticias... Había sufrido lo insufrible y había visto morir a los mismos que había visto nacer. Una lágrima tras otra, una desgracia sobre un mar de anónimas desdichas humanas, aquellas que se extienden más allá del horizonte de Occidente.

Tú no habías vivido tanto, pero también había sido demasiado. Golpe tras golpe, insulto tras insulto. Una daga eternamente pendiente sobre tu único capricho, ser feliz. Quizá no habías salido del país ni habías sobrevolado los desiertos y los océanos en medio de un enjambre de bombas, como yo, pero habías surcado todos los desiertos y mares de las desgracias cotidianas.

Y ahora, pasado todo aquello que no es sino penúria, tan fielmente descrito como todo aquello que nos pasa camino de la muerte y que, extrañamente, llamamos vida, aunque la vida sea lo único que no logramos preservar de dicha odisea, nos habíamos encontrado al final del camino. Nos habíamos dado la mano y habíamos reído durante nuestros últimos dias leyendo palabras de amor en nuestras arrugas y sonrisas de esperanza entre nuestros dolores.

Por fín, tras llorar y sufrir, tras morir, habíamos conseguido que todo aquello que un día nos dolió y prendió hogueras en nuestra conciencia fuera ahora borrones de tinta sobre una carta de amor metida en una botella lanzada al océano en busca del último naufrago de aquella vieja leyenda que hablaba de la felicidad.

Y una vez muertos, empezamos a ser borrones que vivieron de verdad.

martes, 14 de julio de 2009

Siempre

Siempre supe que la palabra siempre nunca tuvo sentido. Aún recuerdo las veces que prometí escribirte una canción, cantarte un poema, soñarte un futuro. Todos los veranos nos subíamos juntos en aquella bici azul celeste mía y recorríamos las costas: yo, en el sillín, y tú, abrazada tras de mí. La brisa marina despeinaba tu sonrisa y pedaleabamos con todo el tiempo por delante, avanzando entre las rocas, siempre paralelos a las mareas, saludando a las gaviotas, diciendo adiós a los problemas. Reíamos. Cuando se alzaba la luna, nos sentábamos al borde del acantilado, con las piernas colgando, y yo dibujaba en tu piel palabras de amor con mis labios. Olíamos el salitre en nuestros cuerpos y oíamos el rumor de las olas pronunciando nuestros nombres desde la eternidad.

Pero entonces pasó todo, y yo empecé a ir sólo en la bici y a sentarme sólo ante el acantilado. La brisa marina se convirtió en lluvia y el rumor de las olas en el de las tormentas. Todo se volvió tan triste que hasta el tiempo se vistió de luto en tu despedida. Ahora soñaba conducir perpendicular a las mareas y saltar por lo acantilados en lugar de observarlo todo desde lejos...

Aún sigo sabiendo que la palabra siempre nunca tuvo ni tendrá sentido, y por eso vengo al mismo acantilado, conduciendo la misma bici azul celeste, ahora oxidada, y me siento a recordarte exactamente en el mismo lugar donde arrojé hace años tus cenizas.

lunes, 13 de julio de 2009

Auto de Fe

Hoy hace un año que lo dí todo por perdido. Qué iluso. Debería haberlo dado por perdido mucho antes, antes incluso de ganar algo, antes incluso de albergar la esperanza de ser algo en tí y sin tí nada. He creído pasar miles de ratos felices junto a tí, pero los rompiste todos en añicos. He creído volar por mis ventanas cojido de tus manos, pero rompiste todos los cristales uno a uno. He creído soñar en tu sonrisa mientras me mecía el sonido de tu voz, pero quemaste en tus labios todas las palabras y suspiros de amor. He creído saber por primera vez lo que era amar, y ahora se realmente lo que es, amar es el inicio de amargura y el final de la felicidad. He creído y por creer creí muchas cosas: he creído en tí. Y es que nunca me enseñaron que sólo hay que creer lo que ves, y yo empecé a ser ciego cuando te conocí.

Hoy hace un año que lo dí todo por perdido y, extrañamente, hace un año que lo voy ganando todo.

viernes, 10 de julio de 2009

Rigor mortis

El cuerpo aún está caliente. La mesa sobre la que descansa, por descontado, fría. Del frío de la muerte, del frío característico de ese preciso momento en que las almas deciden abandonar los cuerpos, arrastrando tras de sí un gélido invierno. Del frío que cala hasta los huesos y lo más profundo del corazón. La copa en mis manos, y, a pesar de dos cubitos de hielo, extrañamente caliente, un poco de sex on the beach y rock'n'roll en la mirada. Un poco de lascivia, ¿y qué? Puesto que habremos de morir, hablemos de morir. Los cuerpos son: nacen, crecen, olvidan, mueren. Y al olvido se reduce todo, historias de amor sobre cocaína y un poco de smell as heroin por vía intravenosa, hasta el corazón. Whisky on the rocks y también on my sábanas. Bloody mary y shaking it toda la noche y despertar más cerca del hoyo, del final trás la limitada escena que supone nuestra vida en el contexto total del estreno del año: la muerte. Puesto que habremos de morir, hablemos de vivir. Bailar, cruzar calles infinitas camino a nuevos horizontes, música alta, reír y ser tu droga por unas horas. Meterme en tí como nieve que resbala y cala hondo en tu sonrisa. Quemar un amanecer más sobre tu piel. Desenfreno y nada más, unas horas en el espacio, un espacio en unas horas. Y entonces el cuerpo se enfría, yo me bebo mi copa y me dispongo, por fín, a realizar la autopsia.

jueves, 9 de julio de 2009

Al filo

Me sentía caminar sobre una cuerda floja, pero por más que alzaba mis brazos y ponía mis manos al compás del horizonte, no hallaba el equilibrio. A un lado, el pasado: lo conocido, lo acostumbrado, lo aborrecido, lo SEGURO. Al otro, el futuro: lo desconocido, lo alterable, lo entretenido, la esperanza, la diversidad, los nuevos horizontes y posibilidades, el MIEDO. Diecisiete años seguro de qué decisión tomar y justo en el momento exacto en el que había que materializar dicha decisión, surgieron, como en una especie de Big Bang desafortunado, todos los miedos y dudas del mundo dentro de mí. Si hubiera podido escoger, habría cogido unas tijeras y habría cortado la cuerda sobre la que caminaba, para dejar en manos del destino la decisión de mi vida, qué lado tomar, que fuera dicha caída la respuesta a la incertidumbre y así, no tener nada de qué culparme. Pero no, rechacé la opción de las tijeras, de los cuchillos, de las espadas y de cualquier objeto afilado, y alzando nuevamente mis manos al filo del horizonte, salté hacia el futuro. Aún no sé si me deparan buenas o malas experiencias, pero sea como sea, no podré culpar al azar, y es que no hay mejor sentimiento que el sentirse responsable de sus propias decisiones.

martes, 7 de julio de 2009

Te hablaría de amor, me hablarías de amar.

Pasaban las horas y te veía dormida en aquella camilla, cubierta por una sábana blanca, como tu inocencia. Vestida con un apagado camisón azul, como el cielo infinito que te esperaba. Tu piel pálida, como la vida, triste vida. Tus ojos cerrados y bajo ellos dos ojeras más elocuentes que las palabras. Tu pequeña y preciosa cabeza coronada por la más sincera y desgarradora nada. Apenas trece años y ya sabías más de la Muerte que de los juegos de niños. Apenas trece años y ninguna esperanza. Cuando abrías los ojos, hablábamos de volar. Hablábamos de reír. Hablábamos de vivir. Era curioso, porque sabías perfectamente que tu vida caminaba directa hacia su punto y final, y sin embargo hacías como si en cualquier momento fueras a levantarte de esa camilla y me fueras a decir que todo había sido un juego más, como cuando hablábamos de soñar. Me escondía en el baño y en los pasillos para dejar correr las lágrimas. Me abrazaba a enfermeras que apenas me conocían, y, es curioso, pero a veces los desconocidos son los que mejor nos comprenden. Tú veias en mi rostro delator que las lágrimas habían corrido por él, más me sonreías con la sonrisa más amplia que jamás había visto. Yo me acercaba y besaba tu cráneo desnudo mientras tú me hablabas del mañana, yo te hablaba de amargura y tu me hablabas de amar. Un día, cuando llegué a la habitación llevando en las manos mi café de todas las mañanas, tus ojos se habían cerrado como siempre, la diferencia es que esta vez no volverían a abrirse. No sé como lo supe, la habitación permanecía en la misma calma etérea de siempre, tú al fondo, junto a la ventana por la que miles de veces habíamos soñado escapar volando, con su luz sobrenatural barriendo tu rostro, perfilando tu sonrisa, una sonrisa de descanso, de paz. Tus manos se cruzaban sobre el pecho y en tus labios aún podía leer el último "te quiero" que nunca conseguiste pronunciar, y que sin embargo es el más ensordecedor que jamás he oído. Yo te hablé de pasión, de ganas de huir, de jamás regresar. Tu me hablaste de adiós, de silencio y morir, de volver a empezar. Cojí tu mano y, con la esperanza rota y el corazón destrozado, me senté a tu lado, con la única ilusión que el minutero del reloj empezara ahora a correr hacia atrás.

lunes, 6 de julio de 2009

Relaciones Personales

Leí hace un tiempo que las personas creábamos los nombres genéricos para evitar establecer estrechas relaciones con todo lo que nos rodea. Para no poner un nombre propio a cada árbol, a cada roca, a cada grano de arena de un desierto inmenso. Pero, realmente, ¿Qué nos impide hacerlo? Hablar con cada rosa, follar con cada nube, besar cada "Adiós". Poder llamar a cada árbol por su nombre y que nos cuenten todo lo que han vivido. Siglos y siglos de secretos, de historias de amor sobre sus raíces, de historias de traición bajo sus ramas. Poder cantar con cada piedra y tumbarnos a dormir sobre ellas mientras nos susurran palabras de amor a los oídos. Los seres humanos podemos entablar relaciones personales con todo y, sólo eso, es lo que nos hace diferentes. Así que, para empezar a vivir intensamente, fuguémonos a la playa y empecemos a nombrar a las olas.

sábado, 4 de julio de 2009

Amores de esparto

Brisas de invierno
Que llenan de hielo
Toda mi locura
Y la atan a un velero.

Brisas de talento
Podrido en el yelmo
Que hay sobre la estrella
Que alumbra mis sueños.

Tormentos de oro
Que bañan mis ojos
Cubiertos de lluvia
Caída en mi otoño.

Tormentos de plata
Que mojan mis playas
Costas de deshonra
Y ríos de esperanza.

Escondrijos de fango
Con gatos amargos
Que arañan mi alma
Y hunden mis barcos.

Escondrijos de cera
Que inundan aceras
De mi pecho dolido
Y cubierto de espera.

Botones de acero
Que imponen un velo
A mi orgullo dañado
Que pierde su seno.

Botones de dioses
Que son superiores
A mi espíritu triste
Que les rinde honores.

Candados de hebras
De hilo y de hierva
Que quema el silencio
Que carcome mi madera.

Candados de tela
Cosida con letras
Compuestas por odios
Que secan macetas.

Transplantes de salas
Repletas de balas
Que espantan vampiros
Que queman mis alas.

Transplantes de heno
Que llevan el fuego
De todos mis aullidos
Y todos mis recuerdos.

Bandidos de prisa
Que roban sonrisas
Y llenan mis calles
De humo y cenizas.

Bandidos de ramas
Que ahogan fantasmas
Y apagan las luces
De mi canción en llamas.

Amores de esparto
Que apagan mi llanto
Que desatan soledad
Y hieren mis manos.

Amores de esparto
Que me tienen harto
De tanto rebuscar
Compañía en mi cuarto.

viernes, 3 de julio de 2009

Mareas

Notaba como el mar se llevaba mis sentidos a solas. Las olas se llevaban mis sueños a ciegas tras una marea. Y a mí me dejaron sólo, atado a mi balsa muerta. Sólo y arruinado, sordo, escuchando tus sirenas. Y el mar cruel y despiadado, desterrando a las estrellas, se metió por mi garganta, dejándome mudo, y se llevó mis sonrisas. Se llevó mi vida. Se llevó todo y no pude volver a sentir tus caricias sobre mi piel, ni el frío del agua ni el calor de la muerte deseada. Mi piel ya no sentía nada, el tacto se fugó a reinos más tranquilos por encima de las aguas. Y tras esquivar eternamente el respirar no tuve más remedio que intentar coger oxígeno donde evidentemente sólo habia agua, ni olfato, ni vista, ni tacto, ni gusto, ni oído, ni nada. Porque a veces las mareas suben lentamente y tocan la punta de nuestros dedos descalzos sobre los piés en la arena, abrazados. Y otras veces suben hasta el cuello y acaban con toda esperanza.

jueves, 2 de julio de 2009

El Rincón de los Olvidos

Qué triste es recordar
Que pude oír tu llanto,
Que te quise hasta el final
Y aún hoy te quiero tanto.

Cómo duele perdonar
A la muerte traicionera
Que tan pronto fue a apartar
Tu persona de esta tierra.

Qué dolor se desquebraja
En mis ojos soñadores
Rompiendo las esperanzas
Y rasgando los amores.

Lágrimas de cristal
Que ruedan por mi cara
Desgarrando mi faz
Y haciendo jirones mi alma.

Qué difícil fue admitir
Que tu nunca volverías,
Y hoy solo quiero fingir
Tu regreso cualquier día.

Qué silencio dejaste
En todos mis rincones,
Mis labios desgastaste
De tanto sollozar tu nombre.

Qué miedo llevo dentro
Generando torbellinos
De sentimientos negros
Que queman mis sentidos.

Cómo arde el corazón
Al pensar en tu sonrisa
Que le daba a cada són
Su ritmo y su sintonía.

Qué duro reconocer
Que el final siempre es el mismo
A veces el que nos vió nacer
Ve también como morimos.

Qué triste la realidad
Y la muerte que la acota
Marcando el feo final
Que siempre nos acosa.

Las venas tan desvaídas
Desprovistas de su sangre
Son ahora despejadas vías
Por donde sólo corre aire.

Los harapos y el veneno
De la vida al acabarse
Que se lleva los recuerdos
Para empezar a olvidarte.

¿Qué lugar en la memoria
Es más pobre, árido y hastío,
Que el llamado en las historias
El rincón de los olvidos?

¿Qué lugar en esta vida
corresponde a cada amigo
cuando su boca no respira
y va al rincón de los olvidos?

¿Qué sentido tiene el hecho
de vivir para morirnos
y hacer un camino maltrecho
al rincón de los olvidos?

Y al final sólo queda esto,
En el rincón de los olvidos:
Nacer con lo puesto
Y morir con lo vivido.

Carreteras

Relámpagos que antes eran coches, edificios, jardines, puentes, farolas. Borrones que ya no son personas. Flashes que una vez fueron sonrisas. Todo un paisaje impresionista, a través del cristal. Toda una vida a la que damos la espalda. Todo. Y seguimos nuestro camino y cruzamos avenidas, autopistas, túneles, puentes, rotondas, arcenes. Y el paisaje cambia y lo vemos todo impasibles. Dejamos atrás presente y futuro y viajamos al pasado. Fabricamos sueños enmarcados con suspiros en el cristal. Vemos a través de ellos nuestra vida que se aleja. Y a lo lejos sólo quedan los relámpagos, los borrones y los flashes. Y nosotros en nuestro asiento nos dedicamos a viajar, y a olvidar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Rutina

Caminamos con los piés undidos en el fango del día a día, sin reparar siquiera en que a veces entre el fango crecen pequeñas flores. Amapolas. Hijas rojas de la sangre que sudamos día sí, día también, para poder sobrevivir a la inmundicia de la rutina. Gotas de sangre, pero flores al fín y al cabo, pétalos con la secreta intención de alegrarnos a diario nuestro eterno trotar hacia un día más, idéntico al de ayer, idéntico al mañana. Regadas con lágrimas. Golpeadas por el viento de nuestros suspiros. Pero firmes. Se mantienen en pie y siguen brotando del fango y al final, cuando queremos darnos cuenta, el fango se ha convertido en una pradera, y con nuestro triste esfuerzo de cada día hemos conseguido la felicidad: cinco minutos para poder soñar. Y volver a empezar.

As de corazones

-¡Que le corten la cabeza!

Así, como en un cuento de Lewis Carroll, el mundo patas arriba y nosotros dispuestos a desordenarlo. Tú, el gato sonriente y yo, el señor del extravagante sombrero. Tú y tus manos fugaces paseando por mi pelo, yo y mis piés lentos pateando las preocupaciones. Juntos damos caza al conejo del reloj. Juntos detenemos el tiempo. 364 días para celebrar nuestro No-Aniversario. Y en la Tierra nos dejaríamos los miedos, las historias sin sentido, las pesadillas y los pesares. La guerra, el hambre y la injusticia. ¿Para qué? En nuestro mundo tendríamos todo lo que quisiéramos, un paraíso de naipes sin cierzo que lo tumbe. Un infierno pintado de pan de oro.
Una reina envidiosa de nuesta lujuria, de nuestros cuerpos desnudos abrazados sobre las sábanas blancas, dibujando a nuestro paso suspiros y palabras de amor que sangran corazones en la cama. Que manchan de tinta tus pestañas. Que cubren de silencio mi razón. Y la pierdo, cuando la reina ordena, por nuestra lujuria y desenfreno, por el tiempo que pasamos andando a fuego lento, amando a tropezones, sin prisas y sin tiempo, que me corten la cabeza. Que me rompan en pedazos. Que despierte de este sueño. Que tú nunca me has amado.

martes, 30 de junio de 2009

Nada

Escapar. Y soñar con reventar. Ser un pincel de estrellas que escriba nuestros nombres en las nubes y que pinte horizontes en las paredes de nuestra cárcel. Oír la llamada de la libertad y quemar amaneceres en tu piel mientras el tiempo fuma lentamente sus segundos. Sentir como todo explota y desaparece a nuestro alrededor, sin dejar notas de despedida ni melodías de locura que hiervan la voz. Escapar y sentir que nada a valido la pena. Nada excepto tú.

Romance de Quebranto

Mi romance de quebranto
No te puede consolar
Esta hecho de silencios
Que murieron por amar.
Siembra nanas de sentidos
Siega vientos de verdad,
Muere por sentirse sólo
Vive siempre en soledad.
Sueña navajas en vilo,
Cuenta cuentos sin final,
Abraza punzones e hilo,
Teje muñones de sal.
Tiene vidas en botella,
Comercia con santidad,
Tiene estrellas por bolsillo,
Y vende perdón sin más.
Especula cancioncillas
Hechas de mediocridad,
Ensilla poetas suicidas
En caballos de maldad.

Mi romance de quebranto
Garabatea impunidad,
Escribe en el universo
Historias de terquedad.
Proporciona a cada mano
Un nudo que desatar,
Proporciona a cada humano
Vacíos por rellenar.
Es un parche descosido
Que escondía ingenuidad,
Es un silencioso ruido
Que amanece sin callar.
Es brújula en horizonte
Que enzarza incapacidad,
Es amuleto y mentira
Que busca sinceridad.
Es guía para impotencia
Es potencia para andar
Es la muerte hecha moneda
Que pagaba eternidad

Mi romance de quebranto,
Es sonido y funeral
Pues entierra bajo llave
Compañía y soledad.
Tiene por cada costado
Una cara sin piedad,
Y esconde sonrisas largas
Hechas con pasividad.
Siente que los años pasan
Y le pesan mucho más
Que si fueran cien mil clavos
Clavados en su mirar.
Mira paseos afligidos
Y observa el triste anidar
De los pájaros dormidos
Que apenas pueden volar.
Camina lento en olvidos
Patalea un recordar
Firma pactos de penumbra
Para verte una vez más.

Mi romance de quebranto
Espanta precariedad
Se contonea en burdeles
Maúlla a la libertad.
Sangra cantos de tormento
Viola versos de trocar
Fuma varios ratos libres
Para volver a empezar.
Planta tiempo con cantares
Y los riega con pesar
Para que broten cadenas
Y grilletes de cristal.
Cose mimbre a mis modales
Y los vende en un lugar
Dónde habitan los finales
Que ya están por acabar.
Cuenta cuentos infinitos
Nunca quiere terminar
De ponerle a nuestra vida
Un lento punto y final.

P.

Hay días que pienso en ella.

Solo éramos un par de adolescentes, y ya supe lo que seríamos, dos corazones marcados para el resto de los días, dos idiotas jugando a hacernos daño y a llenar de veneno nuestro besos, porque nuestro amor era tan grande que dolía el reconocerlo. Día tras día seguíamos echándole leña al fuego del rencor, sin saber que lo que quemábamos eran nuestras ganas de vivir, de seguir respirando, y con los sueños en las manos nos lanzábamos a acantilados sin fondo abiertos en nuestro futuro, un futuro tan sublime que sólo con nuestro odio convertimos en incierto.

Hay días que pienso demasiado en ella.

Huídas

Sentía que el cielo pesaba más que el hielo en su mirada. No la miraba a los ojos pues sabía que al hacerlo solo encontraría indiferencia. Así que malgasté el resto de mi vida huyendo de la mirada de la persona que amaba. Pasé el resto de los días huyendo como las olas huyen del horizonte. Como huye el Sol de la noche. Como huyen las hojas del otoño. Como huye la paz de las bombas. Y así, nunca supe que si la hubiera mirado a los ojos lo único que habría encontrado sería amor.

Viento y papel

Vidas aferradas a problemas
Que apenas cuestan nada
Que no valen la pena
Y desgastan sus andadas.

Cuerpos de desechos
Alicatados con caricias
Y chatarra en los pechos
Que acumulan sus envidias.

Y la verdad es que al final
Somos solo viento y papel,
Almas de cera y alquitrán
Envueltas en pasos de andén.

Vidas desechadas en alcobas
Y susurros convertidos en arena
Que cubren al gentío con aromas
Que saben a polvo de estrellas.

Anclas que lastran cuerpos
Rellenos de trapo y sentidos
Que prenden fuego a los puertos
Que llevan flotando albedrío.

Y al final solo es verdad
Que somos de viento y papel,
Espíritus llenos de ansiedad
Que mueren de hambre y de sed.

Nuestros ojos son aullidos
Y nuestras ojeras pasarelas
Que ayudan a cruzar los ríos
Que salen de nuestras cabezas.

Nuestras manos son tinajas
Llenas de asfalto y acero
Que llevan corazones en alzas
Hechos de tijeras y eneros.

Y en realidad al terminar
Seremos solo viento y papel,
Lunas que llevan en su faz
Soles ennegrecidos de hiel.

Preocupaciones saladas
Que tiñen nuestros hules
De alacenas hacinadas
Por deseos hechos nubes.

Rastrojos de cenizas
Que fueron nuestros recuerdos
Hechos ahora trizas
Por estrías y aguaceros.

Y sinceramente al acabar
Fuimos solo viento y papel
Perdidos en un mundo bipolar
Que soñaba con yacer.

Y siempre al finalizar
Volvimos a ser viento y papel
Y pereza con trotar
Suspirando enloquecer.

Y por fin tras agonizar
Decidimos ser viento y papel
Nos pudimos conformar
Con ver este amanecer.

Bajo la tormenta

-¿Aún la ama usted?- Preguntó derrotada.

-Yo no sé amar, lo sabes perfectamente. Soy demasiado egoísta y todas esas cosas que acostumbras a echarme en cara. Hablemos de otra cosa, por favor.

Sin embargo, no conseguimos hablar de otra cosa. Pasamos el resto de la velada hilando temas vanales, sin que ni el uno ni el otro prestara atención a lo que su interlocutor le contaba, sin que ni el uno ni el otro prestara atención ninguna a lo que él mismo decía. Cualquier expresión, cualquier palabra, cualquier sonido emitido sólo tenía como finalidad empujar al tiempo en su pesado recorrido por la esfera de los relojes. Aquello no era una conversación, era un eterno esquivar el único tema del que podíamos hablar, del que queríamos hablar.

Ella estaba sentada de piernas cruzadas, frente a mí, la mesa separándonos como una oportuna frontera, evitando que mis ojos vieran lo que asomaba bajo su fino camisón de algodón blanco, apenas una capa de niebla que ocultaba lo que debía permanecer desconocido. Su piel pálida, como de princesa, como de mendiga, como de las dos cosas a pesar de ser contradictorias, frágiles, quebradizas. Su cabello negro, como de sombras, como de engaños, que en esto si que no había contradicción, caía sobre los hombros cómo si lo hubiera despeinado un vendaval, el vendabal de su carácter. Carácter que se mostraba en el brillo de sus ojos, serenos, seductores, inteligentes. Profundos. Carácter que tácitamente me obligaba a darle explicaciones sobre todo lo que hacía a cada hora, lo que pensaba a cada momento, y no tenía porqué ni obligación ninguna. Ella era apenas una niña que me idolatraba, que había insistido tanto en trabajar para mí que había acabado siendo mi secretaria, que me había intentado seducir miles de veces y la había rechazado todas ellas. Ella no era nadie. Sin embargo, ese brillo en sus ojos tras el denso vapor que ascendía de su café me obligaba a darle explicaciones. Y no quería.

La lluvia percutía insistentemente en la ventana. Tras el cristal, los tejados de la ciudad se acurrucaban bajo la tormenta, derrotados por sus truenos y relámpagos, resignados a soportar el aguacero. El gris de las nubes se sincronizaba con el gris de mi alma. En esos momentos lo único que me apetecía era ir corriendo a la estación de ferrocarriles. Quería ir allí como antaño, como en los días posteriores a su partida. Como cuando se subió al tren, llevándose en su equipaje mi felicidad, y se alejó sin despedirse. Como cuando yo, días después, aún acudía a la estación y me sentaba a esperarla en los bancos, como un alma de hierro forjado que decorara el andén, esperando que su tren hiciera marcha atrás y se bajara de nuevo en la estación, con una sonrisa como único equipaje, y un “te quiero” en los labios. Todo eso era lo que deseaba revivir en aquellos momentos.

Miré mi reloj mientra seguíamos hablando sobre temas intranscendentes, caducos. Era una mala costumbre que tenía, porque sabía perfectamente que el reloj marcaba las seis y veinte de la tarde. Siempre marcaba esa hora. Cuando se subió al tren para no regresar, yo estrellé el reloj contra el suelo conducido por la rabia que se acumulaba en mi interior, y, partiéndose la esfera por la mitad, las agujas se habían congelado en aquella hora, condenándome a recordarla eternamente, pues no me veía con el valor ni las ganas de tirarlo, arreglarlo, o comprarme otro.

Miré el reloj de pared, marcaba una hora mucho más desalentadora que la de mi reloj, ya que el tiempo había avanzado como sumergido en una balsa de aceite, y la tormenta arreciaba cada vez con más fuerza. Miré de nuevo por la ventana e imaginé que la ciudad ardía por completo. En aquél momento habría dado mi alma por ver que todos los que odiaba morían, por ver que la maldita ciudad se prendía fuego de golpe y se quemaban con ella mis fantasmas. ¿Y qué si todo acababa? ¿Y qué si en aquella milésima de segundo tan corta y efímera en la que había creído ser feliz todo hubiese reventado sin dejar tras de sí más que un rastro de polvo y estrellas en las que se acumularan todos nuestros recuerdos y sonrisas, desapareciendo cual brisa de verano y dejándonos solos, abandonados, con nuestros sueños esparcidos por las paredes y la nuca de la vida estrellada contra el suelo de nuestra imaginación? ¿Y qué si todo ardía?

Miré de nuevo al frente, mi secretaria bajaba la mirada hacia su taza intacta, ahora el silencio se adueñaba de la estancia. Recordé una de las últimas conversaciones que tubimos minutos antes de que se subiera al tren. Me habló de sus sueños. De llegar a París y ser una gran vedette. Que tenía cuerpo, gracia y salero. Que en aquel país no había sitio para ella, que las cosas se estaban poniendo feas. Que a saber si la república iba a durar mucho más o si yo iba a durar la mitad que ella. Que yo era un escritor de poca monta que no había publicado ni un solo libro, y ella se merecía estar con todos aquellos bohemios de los que todo el mundo hablaba. Que quería seguir soñando, y las circunstancias junto a mí ahogaban sus sueños. Y yo le dije que sí, le dije que sí a todo. Que sería la mejor vedette de París. Que aquel país se le quedaba pequeño. Que mi esperanza de vida se acortaba a grandes pasos por aquél maldito tumor. Que yo era un escritor de poca monta. Que ella tenía que seguir soñando y que no nos volveríamos a ver. Le dije a todo que sí y aún así volví todas las tardes a esperarla, como si no supiera ya que no iba a volver, queriendo engañar a mi alma, queriendo convertir los paseos a la estación en parches para mi corazón descosido.

Incómodo por el silencio, retomé la insulsa conversación hablando del tiempo, y mientras tanto, pensé en como había empezado todo. En como la había conocido una tarde de julio, un julio caluroso. Yo caminaba apresurado para coger el tranvía que me debía llevar a mi primera entrevista con un editor. Cuando aparecí en la plaza, el tranvía ya iniciaba su trayecto hacia las profundidades del casco antíguo, así que empecé a correr desesperado con mi maletín de piel en una mano, sujetando mi sombrero con la otra, las solapas de la americana marrón volando en sintonía con la música de mis pasos. Llegué agobiado hasta la boca calle por la que el monstruo de hierro deboraba sus vías y, sin pensérmelo dos veces, salté al interior, cayendo desafortunadamente, o no, sobre una preciosa joven, puestas cada una de mis manos en uno de sus senos, mi maletín abierto con las hojas esparcidas por el suelo y mi cara de satisfacción por haber subido al vehículo a tiempo directamente enfrentada con su cara de sorpresa, que rápidamente se transformó en una cara de indignación, y me abofeteó mientras me gritaba improperios. Yo no podía más que recoger los papeles sin apartar la mirada de su bello cuerpo envuelto de un elegante vestido a flores, su rubio y angelical cabello recogido bajo una pamela y sus labios cual carmín. Me puse en pié lentamente frente a ella y, mientras seguía exigiéndome una disculpa, yo simplemente la besé ante el asombro del resto de pasajeros. El acople fue tan perfecto que ella no opuso resistencia ninguna y, desde ese momento, avanzamos por la vida como un tren en llamas que no quisiera detenerse nunca por miedo a rasgar la noche. Avanzamos por la vida como un río bravo que se abriera paso entre montañas sin decidir dónde iba a desembocar ni saber dónde había nacido. Avanzamos por la vida como si nuestros relojes tubieran los segundos contados y pensando que, de tanto correr, de tanto hacernos el amor una y otra vez precipitadamente, las agujas del reloj no nos tendrían en cuenta en su eterno recorrido hacia el fín. Pero nada de eso era cierto, y todo empezó a ir demasiado rápido para mí, tan rápido que, cuando me decidí a parar un momento para pedirle un breve descanso, ella ya había hecho las maletas para seguir su camino sin mí.

Ahora mi secretaria hablaba de la situación en el continente. Que qué feo se estaba poniendo el asunto y todo eso. Que si comunistas, que si nazis. Miles de asuntos sobre los cuales nos llegaban unas informaciones tan difusas, tan turbias, tan contradictoras, que no le dejaba hablar nunca de ello, porque no podíamos emitir juicios sobre cosas que nisiquiera sabíamos si eran del todo ciertas. Quizá por eso, porque sabía que se lo prohibía y sabía que sólo la escuchaba intermitentemente, se permitía el lujo de hablar de ello, siendo consciente de que no iba a recibir recriminación alguna, aunque tampoco respuestas complacientes. Bajé la mirada hacia mi propia taza de café, tan intacta como la suya, y escuché a las nubes llorarse sobre la ciudad. Recordando todos los propósitos que nos habíamos hecho, sentí ganas de llorar también, de llorarme, de llorar reflexivamente, como, a pesar de sonar irracional, hacían las nubes. Pensé en las bobadas que decíamos mientras hacíamos el amor en cualquier sitio, cosas absurdas, poéticas y poco pragmáticas. Decíamos que queríamos ser dos estrellas en el firmamento de la suerte, brillar tanto que no quedara un alma a oscuras, y volar como dos pájaros de fuego rasgando el horizonte, dejando tras nosotros una aurora boreal de sonrisas y gemidos. Queríamos vivir cada segundo o, si era posible, detener el tiempo. Queríamos ser eternos, y por ello, viendo las olas derretirse en la arena, nos derretimos nosotros en nuestro propio amor, para no volver a alzar el vuelo nunca más. Y el mar, una vez acabó de hacer el amor con el horizonte, se rió de nuestra ingenuidad.

Al otro lado de la mesa, sin verlo, intuí que mi secretaria se bebía por fín su café y, cediendo de sus intentos por establecer nuevamente una conversación, se fue a la cocina, dejándome a mí con mis divagaciones. Ahora pensaba en todas las sensaciones que habíamos vivido juntos. Todas aquellas noches que nos habíamos evadido de la realidad y habíamos sentido que todo era más claro, más limpio. Que todo era menos humano, menos necio. Y desde nuestro firmamento habíamos mirado con arrogancia la creación y nos habíamos reído de ella. Quizá por eso ahora estaba acabado, convertido en un saco de cenizas con cáncer. Recordé cuando soñaba que éramos dioses, y sin embargo, nos desvanecimos en soplos de cierzo. Recordé cuando soñaba que éramos reyes, y nuestros tronos se convirtieron en polvo. Recordé cuando aún soñaba, y hoy apenas duermo.

Mi interlocutora frustrada tarareaba una triste cancioncilla desde la cocina, y yo empecé a darle vueltas a las últimas palabras a las que había prestado toda mi atención esa tarde. Cuando me había preguntado si aún amaba a la mujer de mi vida, aquella rubia con ínfulas de diva que se había marchado a París para no regresar, y yo le había dicho que no sabía amar, que era un egoísta, y ahora esas palabras caían en mí como puñales.

En mi interior, un odio hacia mí mismo empezó a arremolinarse, y sentí que ya no tenía ganas de vivir. Sentí que si respiraba una vez más sólo expiraría borrones de sangre y versos negros que inundarían las aceras de mi corazón, ya de por sí inundadas de barro y fracasos. Sentí que no tenía ganas de vivir, porque las ganas de vivir me superaban. Sentí que la enfermedad iba muy lenta, y quería que acabara conmigo en ese momento. Y me dí cuenta de que nada había valido la pena. Me odiaba por no saber amar, por permitir que una pasión desenfrenada hubiera hecho trizas mis sueños. Y sentí que ya era tarde para recoger los cachos caídos por mi habitación. Sentí que ya era tarde para esbozar una sonrisa y recomponer con ella los pedazos de luz que me rodeaban, y colgar del cielo un nuevo sol que me guiara. Remendado pero más grande. Cosido pero más humano. Desgastado pero más mío.

Comprendí que ya era tarde para seguir dándole caza a los sueños, así que, harto de mí, me levanté, y, a pesar de que no había transucrrido ni media tarde, abandoné el hogar y salí a la calle caminando bajo la lluvia. Odiándome por no saber amar.

Cuando ya llevaba unos cuantos metros, la oí gritar tras de mí:

-¡No es verdad!- Me giré y observé a mi joven secretaria sollozar empapada desde el portal del edificio.- ¡No es verdad que usted no sepa amar!

lunes, 29 de junio de 2009

Entre andenes

Te vi en la estación. Frágiles arcos de puro hierro fundido surcaban el firmamento sobre tu cabello azabache. El negro de tu pelo contrastaba con el negro de los arcos, y éste con el negro de tus ojos, negros tan diferentes y sin embargo idénticos.

Los muros del color de un amanecer excesivamente pálido, un amanecer que te hubiera mirado a los ojos y hubiera huido despavorido por la belleza que desprendían tus pupilas.

Tus labios eran carmesí, como mi billete de tren. Eran de un tono tan salvajemente agresivo que asustaba mirarlos. Eran sangre.

De tus orejas, finas como vidrio, estilizadas como cristal, colgaban pendientes al igual que de los pilares de la estación colgaban las farolas de estilo modernista.

Tu cuello era como un pilar, fino pero resistente, de esos que sujetan el peso de una catedral de estrellas, de un templo a la belleza, pues como tales sujetaba tu cuello tu cabeza.

Tus hombros, altivos, orgullosos, miraban al mundo como si reinaran sobre él, y ciertamente lo hacían, pues las nubes se rendían a su superioridad llorándose a sí mismas sobre la estación, cayendo como un telón de lluvia que no conseguía esconder tu imagen.

Tu pecho parecía enchido de esperanza, de sueños, de una vida planificada que avanzaba como un tren a toda máquina arrollando la mediocridad de todas las personas que te rodeaban, que te miraban con cara asombrada, horrorizada, formando un círculo a tu alrededor, lo suficientemente cerca para observar la muerte en tus iris y lo suficientemente lejos para no mojarse los pies en la sangre del charco que te rodeaba.

Y es que había una pega, me dí cuenta de lo bella que eras demasiado tarde, cuando ya te había disparado y había huido para siempre de la ciudad buscando una nueva víctima que añadir a mi colección.