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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



sábado, 30 de julio de 2011

I love London

Una semana después de mudarme a la capital británica, he de decir que: en el metro hace viento y hay constantes avisos de bomba, las palomas son horribles pero lo suplen las ardillas, los supermercados bajan los precios conforme avanza el día y, por supuesto, se conduce en sentido opuesto. Pero fuera de los tópicos: me gusta Londres. Me gusta que la gente no te mire descaradamente te vistas como te vistas. Me gusta que la ciudad tenga tanta vida nocturna como diurna. Me gusta escuchar una veintena de idiomas diferentes al día en el metro. Me gusta que si te has perdido, cualquier desconocido está dispuesto a llevarte a casa o a sacar su android para buscar en Google Maps tu dirección y ayudarte a llegar. Me gusta que los museos sean gratis. Me gusta que la gente diga sorry y excuse me, sea respetuosa y amable. Me gustan los mil parques y zonas verdes, y tumbarme en el césped a las puestas de Sol. Me gustan los muffins por la mañana y los cafés king size. Me gusta enamorarme en cada esquina de la gente tan atractiva que anda por estas calles, smoothie en mano. Me gusta la música que se escucha en el Soho, y las luces en Piccadilly y el Tower Bridge al anochecer. Me gustan las campanadas del Big Ben discutiendo con las de Saint Paul. Me gusta Camden, porque sí. Me gusta Londres, porque también. Me gusta.

jueves, 21 de julio de 2011

Sobre colores y mi mundo ortocromático

Cuando era pequeño imaginaba que el mundo no iba más allá de las cuatro casas de mi pueblo, que la mayor conquista era subirse a un árbol a por mi pelota encallada, que el diavolo era un innovador juguete que cambiaría la infancia y que mis padres eran héroes de una epopeya griega. Poco a poco creces y las fronteras se expanden a ritmos más veloces que tu corazón, más allá de las galaxias, mientras los empujones de tus ventrículos están contados. Los imperios de tus padres pierden tierras a favor de las hormonas y la mayor conquista consiste en aceptarte a ti mismo, algo que quizá nunca logres. Ni con la escalera de mano más alta. Ni con el balón más bajo. Te das cuenta que no existe nada nuevo, todo está inventado y, por supuesto, nada cambiará el mundo. Como los latidos de tu corazón, hasta la última revolución ha sido medida y delimitada con premeditación, y sólo te queda encontrar unos ojos coloridos que den caza a tu vida en blanco y gris para poder escapar a lo previsto, a lo correcto, a lo esperado. Unos ojos que te hagan suspirar, que te acompañen en tus fantasías más íntimas, que pinten tu rutina con el borde de sus plumas, que te empujen en sus pupilas hacia abismos de neón, y te recuerden que, por muchas personas que haya en el mundo, seres humanos sólo hay dos.

lunes, 18 de julio de 2011

Sobre carretes velados

Tic tac tic tac tic tac tic tac... Sobre la mesita. Incesante. Pompom pompom pompom pompom... Sobre el colchón. Cesando. 

El tiempo ha pasado y no da tregua a nadie. Metí bajo el somier todos tus recuerdos y al final criaron y hoy son humedad mojando mis huesos y empapándome el alma. Tus sueños, ácaros en la almohada. De la aldaba en la pared donde colgabas tu abrigo al llegar cada noche empapado hoy solo quedan las lluvias y el olor a moho y soledad. Del perchero, que nunca usabas, cuelga hoy la única camisa que te dejaste en casa. Lo hice como un reproche mezquino, un último mohín del niño que mataste en mi interior. Bajo el hueco del omóplato, donde tenía las alas, ahora hay dos cardenales con forma de rosa. Y a veces aún me queman y parece que sus pétalos ardan y la ceniza huela a tu aliento. Debe de ser por todos los besos que dejaste caer sobre mi piel cuando aún estábamos a tiempo de coger aguja e hilo y remendar nuestros destinos. Bajo el mismo techo que nos vio posar ante mi réflex hoy sólo hay carretes desvelados donde adivinar alguna sonrisa que los meses han vaciado de significado y convertido en un drag triste. En un payaso sin gracia ni sentido. Una bailarina de ballet rompiéndose los dedos inútilmente sobre le fango. La cámara la tiré en algún momento entre que te hacías la maleta y cerrabas la puerta por última vez. El objetivo ya no gira. El nitrato se ha evaporado. El enfoque se ha oxidado. Y lo único que obtura en esta habitación es mi corazón, cada vez más lento, sobre el colchón...

jueves, 7 de julio de 2011

Sobre melatonina y abismos

Das un paso. Otro. Y otro más. Todos de espaldas. Caminas sin ver lo que te espera porque ante tus ojos se alza un mundo basto de buenos recuerdos y sonrisas tejidas con estrellas en el mapa de lo eterno. Das otro paso más sin ver lo que tienes detrás. Un paso más a ciegas y entonces sucede... Tu corazón cae en picado. Estaba ahí. El precipicio. El acantilado al final de tu mundo de fantasías y buenos momentos recolectados mientras olvidabas las espinas de sus tallos. Todos esos te quiero que nunca dijiste, los que no te susurran, los que nunca te dirán. Todas esas palabras vacías, los mensajes de amor, las promesas incumplidas. Todo ese cenagal de desencuentros que te habías empeñado en olvidar pero que han trazado un camino paralelo a ti y se han encontrado justo debajo de tu talón para tirar fuerte de esa sonrisa tejida, para apagar todas y cada una de las estrellas que la cosen, para desgarrar el mapa bordado con eternidades y otros inventos del ser humano para sentirse libre, como la juventud, como el dinero, como el bien y el mal.

Y es que en el fondo amas ese dolor. Eres un esclavo más de tus miserias guardando cola en el desencanto. Otro ser humano que sabe que, en realidad, los momentos alegres no tendrían sentido sin sus respectivas sombras. Y te recreas en la caída en picado y sin freno de tu músculo cardíaco al borde del colapso, deseas el crepitar de las lágrimas, deseas las noches suicidas, y deseas volver a eyacular todos tus momentos de congoja para poder morirte a gusto. Morir llorando. Como se nace. Como se vive. Como se es humano.