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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



jueves, 26 de junio de 2014

La caja

He cogido todo lo que tengo y lo he metido con mucha presión para que cupiera, sin derramarse, en una caja. He cogido la caja y la he llevado, con cuidado, para que no se rompiera, hasta una oficina postal. He cogido unos billetes, de esos que de los que se puede tener muchos sin tener absolutamente nada, y he pagado, para que enviaran la caja de vuelta a casa. Y ahora está de camino a muchos kilómetros de aquí y quizá no vuelva a verla. Hay que ver cómo pesaba, la caja, y eso que no había manera de dejarse en ella tus promesas rotas. Hay que ver qué grande era, la caja, y aún así no hubo modo de encajar dentro tus mentiras.

Se va alejando, la caja. Lleva ropa de invierno, lleva material escolar, lleva souvenirs y sábanas y zapatos y cosas que ya no necesito, y aún llevando tanto no he conseguido sentirme más ligero. Será porque no había modo de meter en la caja los malos momentos ni la piedra en que tropecé tantos días seguidos. Voluntariamente. Será que era una piedra metafórica, y aún no he aprendido que cuando no puedes comprobar la veracidad de algo tampoco puedes meterlo en una caja. Puedes enamorarte de ello, puedes adorarlo, puede costarte olvidarlo y puede ser igual de pesado. Pero no puedes enviarlo lejos.

Por eso no fui capaz de meter, en la caja, tu nombre. Nuestros planes juntos. Las conversaciones de madrugada. Ni las ganas de descubrir nuevos lugares de tu mano. Por eso me siguen pesando los brazos, como si no hubiera metido bajo presión todo lo que tengo, como si no lo hubiera cargado con cuidado hasta una oficina, como si una vez allí no me hubiera sonreído el atractivo y simpático joven tras el mostrador, recordándome que no necesito una caja, que necesito conocer a alguien nuevo.