Nunca, en al historia de las miserias de este blog, una entrada me ha sangrado tanto como esta. E insisto: nunca.
Podría escribir mucho sobre ti pero, sinceramente, ya no sé qué sería cierto y qué no. Hoy en día no conozco a la persona que creía conocer, ese alguien que me dio lo que nunca nadie antes me había dado, que me abrió puertas que creía vetadas y que me regaló y provocó las sonrisas más sinceras y amplias que jamás he visto o esbozado. Siento que me tiembla la mano al pulsar las teclas y ya llevo bastantes horas sintiendo como el corazón se rompe en mi interior. Y lo que es peor, presintiendo que los pedazos afilados irán abriéndose camino en mi interior entre sangre y dolores, hasta hacerme el alma girones. Ese mismo alma que se había aferrado al endeble hilo con el que cosiste en nuestros últimos días todas mis, ahora sé que falsas, esperanzas. Y es que debiste saber que nadie da más que el que da fe y tú me hiciste invertir toda la mía en ti. Ahora todos me dicen que sonría, que siga adelante, que empieza un nuevo ciclo y que, al fin y al cabo, con esa cobardía has demostrado que no me merecías. Y todo me da igual, porque yo quiero merecerte, quiero seguir colgado de ese hilo frágil que al menos mantenía mis pies lejos de esta tierra que ahora parece baldía y seca y donde todo me recuerda a ti y a los momentos que pasamos juntos, felices, soñando. Has jugado al tiro al plato con mis sueños y supongo que en algún momento me pasará factura. Ahora miro al futuro y sólo veo ilusiones rotas, miro al pasado y sólo te veo a ti, miro al presento y veo...
El irresistible placer de dejarse morir.