Sentimiento: estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente.
No sé si el diccionario se equivoca. La casa está vacía. Solos yo y mis fantasmas. Al otro lado de las ventanas, frío, el otoño ha hecho su trabajo. Y oscuridad. Tanta que oprime, cuando antes me concedía libertad. Una libertad tan grande que dejó cicatrices incurables.
De fondo, música. The Beatles, Yann Tiersen y Two Door Cinema Club. Una mezcla extraña, presumo de buen gusto musical, creo que sus melodías me llenan. Soy un iluso, sus notas nunca van a solucionar mis penas, mis devaneos, mis tejemanejes infinitos, insistentes e impertinentes. Mis miedos.
Todas las luces están apagadas, menos la de la cocina, menos el ordenador con su pantalla acusadora, menos el piloto de la lavadora, y su ruido constante y disonante, y mis trapos sucios dando vueltas en su único ojo que me mira amenazador, sabe lo que pienso. Yo, cara al fregadero, intento dejarlo todo impecable. Nunca reconoceré que lo hago para evitar pensar, para evadirme del resto de habitantes de ese piso vacío. Esos que nadie ve excepto yo, esos que me ladran hasta el llanto antes de dormir cada noche e invaden y hacen suyo cada sueño.
En el fondo me río, ironicamente, de mí mismo. Yo que siempre dije que eso del amor es un cliché. El acrónimo de Roma y poco más. Yo que alardeaba de mi independencia. De no querer ser de nadie, de no querer que nadie fuera mío. Y ¿ahora qué? Soledad. Y en el momento en que lo descubro siento algo que me asusta, que viene por dentro, e intenta salir. Creo que es ira, y froto con más fuerza las manchas en las baldosas aunque mis brazos tiemblan, pero pronto me doy cuenta que era tristeza disfrazada de agresividad. Que no quiero pegar, lo que quiero es... y antes de pensarlo ya cae mi primera lágrima dibujando los ríos por donde se escapó mi autoestima y tengo que admitirlo, avergonzándome de que me vean los fantasmas que recorren el pasillo. Lo que quiero es llorar. Una vez más.
Y al acabar, al sentarme en el suelo odiando todos y cada uno de los pasos que he dado en mi vida, maldiciendo el camino sin salida que he trazado, sólo puedo venir y escribirlo para así comenzar a olvidarlo. Se ha convertido en un ritual: te ignoro, te siento, te lloro, te escribo y te vuelvo a ignorar. Y, por favor, no me preguntes más por el significado de las etiquetas. Todo, de alguna manera, es real. Aunque me guste esconderme y excusarme en mentiras que están dichas de verdad.
No sé si el diccionario se equivoca. La casa está vacía. Solos yo y mis fantasmas. Al otro lado de las ventanas, frío, el otoño ha hecho su trabajo. Y oscuridad. Tanta que oprime, cuando antes me concedía libertad. Una libertad tan grande que dejó cicatrices incurables.
De fondo, música. The Beatles, Yann Tiersen y Two Door Cinema Club. Una mezcla extraña, presumo de buen gusto musical, creo que sus melodías me llenan. Soy un iluso, sus notas nunca van a solucionar mis penas, mis devaneos, mis tejemanejes infinitos, insistentes e impertinentes. Mis miedos.
Todas las luces están apagadas, menos la de la cocina, menos el ordenador con su pantalla acusadora, menos el piloto de la lavadora, y su ruido constante y disonante, y mis trapos sucios dando vueltas en su único ojo que me mira amenazador, sabe lo que pienso. Yo, cara al fregadero, intento dejarlo todo impecable. Nunca reconoceré que lo hago para evitar pensar, para evadirme del resto de habitantes de ese piso vacío. Esos que nadie ve excepto yo, esos que me ladran hasta el llanto antes de dormir cada noche e invaden y hacen suyo cada sueño.
En el fondo me río, ironicamente, de mí mismo. Yo que siempre dije que eso del amor es un cliché. El acrónimo de Roma y poco más. Yo que alardeaba de mi independencia. De no querer ser de nadie, de no querer que nadie fuera mío. Y ¿ahora qué? Soledad. Y en el momento en que lo descubro siento algo que me asusta, que viene por dentro, e intenta salir. Creo que es ira, y froto con más fuerza las manchas en las baldosas aunque mis brazos tiemblan, pero pronto me doy cuenta que era tristeza disfrazada de agresividad. Que no quiero pegar, lo que quiero es... y antes de pensarlo ya cae mi primera lágrima dibujando los ríos por donde se escapó mi autoestima y tengo que admitirlo, avergonzándome de que me vean los fantasmas que recorren el pasillo. Lo que quiero es llorar. Una vez más.
Y al acabar, al sentarme en el suelo odiando todos y cada uno de los pasos que he dado en mi vida, maldiciendo el camino sin salida que he trazado, sólo puedo venir y escribirlo para así comenzar a olvidarlo. Se ha convertido en un ritual: te ignoro, te siento, te lloro, te escribo y te vuelvo a ignorar. Y, por favor, no me preguntes más por el significado de las etiquetas. Todo, de alguna manera, es real. Aunque me guste esconderme y excusarme en mentiras que están dichas de verdad.
Menudo texto.
ResponderEliminarMe ha encantado niñoooooooo ... todos en algun momento nos hemos sentido así o así o asi o parecido...yo limpio para amansar la fiera que tengo dentro de mi cuerpo desde que nací... la mente no deja de maquinar pero ahora pondré "la chispa adecuada" de Heroes que eso siempre me funciona...
ResponderEliminarUn beso sin lágrimas...
wow.
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