Hoy he dormido con la puerta del balcón abierta. Sí, sé que aún estamos a principios de abril y que están por caer las lluvias más fuertes del año, que vendrán aún los vientos de mayo a llevarse de aquí esta mentira con sabor a verano. Pero hacía calor, algo más de treinta grados, y el ligero sudor resbalando en mi piel dibujaba recuerdos con la caligrafía de tu nombre. Me he despertado y olía a vacaciones. He puesto agua a hervir para hacer ensalada de pasta como en aquél julio cubierto ahora de polvo. Me he puesto los pantalones cortos, aquellos que llevaba la noche del primer beso, mientras oía el burbujeo extrañamente estival de la cocina, me he puesto la camiseta blanca y lisa que no dice nada de mí y que me pongo cuando mi cara habla demasiado. Y me he sentido como si en cualquier momento fuera a recibir un mensaje tuyo, aunque ya he cambiado de teléfono; como si fueras a llamar al timbre, aunque ya no vives en la ciudad; como si al volver a la habitación fueras a estar en la cama, aunque hace meses que no pisas esta casa.
Dicen que los científicos quieren inventar la máquina del tiempo, hablan de cuartas dimensiones y teorías sobre espirales que almacenan la velocidad, el cambio y el espacio de los sucesos, que se pueden desenredar y desentrañar sus partículas para viajar por ellos... Estúpida ciencia, hoy es abril y he vivido un verano añejo. El corazón no conoce de tiempo. Nosotros lo inventamos.
Lo medimos, tambien... Y qué mal nos hace cuando no está, verdad?
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