Pasaban las horas y te veía dormida en aquella camilla, cubierta por una sábana blanca, como tu inocencia. Vestida con un apagado camisón azul, como el cielo infinito que te esperaba. Tu piel pálida, como la vida, triste vida. Tus ojos cerrados y bajo ellos dos ojeras más elocuentes que las palabras. Tu pequeña y preciosa cabeza coronada por la más sincera y desgarradora nada. Apenas trece años y ya sabías más de la Muerte que de los juegos de niños. Apenas trece años y ninguna esperanza. Cuando abrías los ojos, hablábamos de volar. Hablábamos de reír. Hablábamos de vivir. Era curioso, porque sabías perfectamente que tu vida caminaba directa hacia su punto y final, y sin embargo hacías como si en cualquier momento fueras a levantarte de esa camilla y me fueras a decir que todo había sido un juego más, como cuando hablábamos de soñar. Me escondía en el baño y en los pasillos para dejar correr las lágrimas. Me abrazaba a enfermeras que apenas me conocían, y, es curioso, pero a veces los desconocidos son los que mejor nos comprenden. Tú veias en mi rostro delator que las lágrimas habían corrido por él, más me sonreías con la sonrisa más amplia que jamás había visto. Yo me acercaba y besaba tu cráneo desnudo mientras tú me hablabas del mañana, yo te hablaba de amargura y tu me hablabas de amar. Un día, cuando llegué a la habitación llevando en las manos mi café de todas las mañanas, tus ojos se habían cerrado como siempre, la diferencia es que esta vez no volverían a abrirse. No sé como lo supe, la habitación permanecía en la misma calma etérea de siempre, tú al fondo, junto a la ventana por la que miles de veces habíamos soñado escapar volando, con su luz sobrenatural barriendo tu rostro, perfilando tu sonrisa, una sonrisa de descanso, de paz. Tus manos se cruzaban sobre el pecho y en tus labios aún podía leer el último "te quiero" que nunca conseguiste pronunciar, y que sin embargo es el más ensordecedor que jamás he oído. Yo te hablé de pasión, de ganas de huir, de jamás regresar. Tu me hablaste de adiós, de silencio y morir, de volver a empezar. Cojí tu mano y, con la esperanza rota y el corazón destrozado, me senté a tu lado, con la única ilusión que el minutero del reloj empezara ahora a correr hacia atrás.
domingo, 25 de octubre de 2009
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Joder, lo leí cuando se lo dijiste al hada y es acongojante pero hermoso, increibemente bello...
ResponderEliminarMi joyita! Decidiste sacarla de nuevo a la luz... cada vez que la leo me recorre una extraña sensación, y me evoca miles de sentimientos ya vividos, ya sentidos...
ResponderEliminarEs INCREIBLE, es que lo leo una y otra vez y no me canso, PRECIOSO, ya lo sabes.
Muaaaaaaa ácrata ^^
Que precioso. Qué precioso por dios.
ResponderEliminarDivinas palabras, sí.
Pero duras. Puf.
Un beso.
Pat.
Que bonito. Me has emocionado... es precioso!!
ResponderEliminarNo hay palabras para describirlo, y si las hubiera, quedarían pequeñas al lado de las tuyas.
No dejes nunca de escribir.
Buff, escalofriante...
ResponderEliminarSi es mentira, me parece una mentira muy sincera.
Mi primera escala aquí, q no creo q sea la última.
Un saludo
Gran blog, me hago seguidor tuyo
ResponderEliminar"a veces los desconocidos son los que mejor nos comprenden"
ResponderEliminarLa frase que más me ha llamado la atención del bello post.
Precioso escrito, me pasaré más a menudo por tu blog ^^
(Por cierto, he saboreado un delicioso ramen con cerdo en Tôkio, ¿te sirve en lugar de tallarines con gambas?)
ResponderEliminarMuchas gracias a todos,
ResponderEliminareste texto es especial para mí.
Lo escribí hace tiempo y
de vez en cuando me gusta volver
a saborearlo, no sé, lo siento muy adentro.
DELGADUCHO,
gracias, siempre caes el primero por aquí!
HADA,
me gusta compartireste texto contigo!
DOSBICHOS,
el mundo también es divino, y duro.
LAIA,
estic segur que tú també trobaries grans paraules.
SOUL,
sí, es mentira, pero la más sincera que he dicho nunca, al fín y al cabo nuestras vidas no son solo lo que nos sucede sino lo que deseamos y lo que tememos que nos suceda.
RICK,
gracias por seguirme!
AKA,
cualquier cosa en Tokio me sirve!