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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



domingo, 27 de junio de 2010

Sorpresas

Anoche me sorprendí a mí mismo. Tras una conversación en la que cada intervención se había perfilado como un filo oxidado y cortante, cerré las puertas al mundo y me acosté deseando mojar la almohada con un mar de lágrimas mal lloradas por un amor recientemente descubierto como no correspondido, no mantenido, no cuidado. Y he de reconocer que yo mismo hilé alguno de los tejemanejes que descuidaron dicho cariño, que lo dejaron de mantener por milésimas, pero en ningún momento contribuí a las falsas esperanzas como sí hizo el enemigo al otro lado del campo de batalla, la táctica más detestable de las que se usan sobre las sábanas.

Sin embargo, cuando abracé el colchón y apagué la luz sucumbiendo al silencio, me sorprendí no llorando por mi pequeña desdicha del día, sino por ser tan egoista. Por permitirme sentirme desgraciado por un amor no correspondido, por un tachón en mi libro de vida, cuando la biografía de la mayoría de las personas de este mundo se compone en exclusiva de tachones, borrones, rasguños y vueltas atrás. Sentí que no merecía la pena llorar por un nubarrón insensato en mi horizonte, y lloré por el Sol y las estrellas que se dibujaban tras él. Lloré por el Tercer Mundo, por el hambre, la miseria, la pobreza, y no recordé más a esa persona hasta que se secaron mis lágrimas y comprendí que había llorado por todo menos por sus palabras.

Anoche me sorprendí a mí mismo porque, en un momento en el que, como acostumbro, me hubiera puesto delante de todo y ante todo, cogí a la humanidad y la coloqué por delante de todos mis caprichos, y me sentí lleno, y agradecido.

martes, 22 de junio de 2010

Ciudad gris

Domingo, 1 de agosto, 1915

Ya han pasado más de dos meses desde que llegué a esta maldita mancha en el Adriático. Te he escrito todos los días porque no tengo nada que hacer fuera de las cuatro paredes de este cuartucho de hostal, con una cama, una mesa y una pequeña ventana desde la que se ve el mar y por la que se cuela el salitre y se me pega a la piel dejándola salada como cuando acabábamos de hacer el amor. Y entonces me acuerdo de ti y las noches se alargan como un páramo sin sueños.

La ciudad es un tejemaneje de industrias grises y fantasmas. La gente camina del trabajo a casa y de casa al trabajo. Aunque se suponga que es el último rincón del continente en paz, lo cierto es que parece que la guerra pese más que en pleno centro de la batalla. El miedo se cierne sobre los tejados y dibuja sombras en la mirada de los transeúntes. Aún así, en el bar que hay en la planta baja del hostal se puede oir a la banda de músicos que venía en el barco tocando animadas melodías a todas horas y en el resto de locales la gente aprovecha para soltar todas sus sonrisas censuradas durante el dia y brindar en torno a partidas de dados o apuestan en peleas de gallos.

En resumen, una ciudad insípida con sus ruinas y miserias, como si me hubeira quedado en Londres, pero con menos habitantes y con el salitre el del mar en lugar del sabor de tus besos. Hoy ha llegado un comunicado del frente, dicen que el escuadrón de tu marido se va a instalar en Lurthana, la capital del país, ojalá vengas con él. Sé que no podré tocarte, pero me conformaré con acariciarte con las pupilas...

domingo, 20 de junio de 2010

Despedidas

No sé muy bien cómo han llegado hasta aquí, pero se han plantado delante de mi vida y han echado raíces donde antes había hormigón. No habrá manera de arrancarlos, pero el problema es que no los quiero echar yo. Sus sonrisas y, cuando todo estaba oscuro, haber oido su voz. Su compañía, incluso cuando más solo he estado. Su comprensión, cuando ni yo entendía qué quería de mí. Las lágrimas amargas que más dulces me han sabido en la historia. ¿Qué más puedo decir? Tendría que dejar hablar a la piel, que contara como es eso de ponerse la carne de gallina al haber notado que se llevaban una parte de mí a sus nidos, y debería hablar también ese rincón de mi cabeza que me repite constantemente "serán sólo unos meses" y así autoconvencerme de que después volverán.

Juro que estos meses os voy a odiar con todas mis fuerzas. Por haber permitido que llegara este momento y haberme hecho pasarlo tan bien. Y así, cuando llegue septiembre, no me quedará más que cariño para otros nueve meses de amistad.

viernes, 18 de junio de 2010

Presentimiento

Tengo el presentimiento de que ahora que todo debería haber ido como la seda, algo va a salir mal. Algo realmente gordo va a volar por los aires y me va a golpear en la cara amarga de la vida, y en la dulce, y las va a volver agrias a las dos. Pero ¿sabes? Tengo el presentimiento de que va a resbalar por mí como un hielo sobre el Sol y voy a explotar con ello y a desintegrarme y a convertirme en polvo de estrellas. Y para cuando algún vagabundo haya recogido todos los pedazos y me haya reconstruido, habré encontrado la sonrisa de emergencia que escondí para estos casos y se la escupiré en las narices a la vertiente oscura del destino.

Porque ya ha habido demasiadas caídas sin opción a levantarse y demasiados tropiezos con distintas piedras repetidas y reiterativas. Porque tengo el presentimiento de que no voy a presentir nada y de que voy a estrellar la nuca de mis sueños en la acera de los miedos para que salga la sangre y flote y suba y suba hasta la cresta de las olas de este mar tan negro, y allí forme la espuma que me retenga en el universo, aislado de todo, feliz, por unas milésimas, para volver a hundirme en las ciénagas de este planeta mundano e inmundo en cuanto mueran mis deseos.

Preferiría que no pasara nada de eso, pero no hay remedio: soy un iluso amante de lo triste, y me gusta el sabor amargo de tus besos (ese que me hunde en tus océanos, que me ahoga entre tus cienos). Deseo que todo salga mal, y ser polvo de estrellas perdido, y tú el vagabundo que recoja y reconstruya mis sueños.

jueves, 17 de junio de 2010

Remiendos

He cometido demasiados errores, sin pensar, sin juzgar, sin soñar. Y no hay más que decir. Se ha acabado el tiempo de los silencios, he dado sepultura al blanco y negro y ya siento ese cosquilleo en la suela de los piés...

El aire que entra por el balcón, los rayos de sol quemando la fachada, el canto de los pájaros muerto sobre mi colchón, y optimismo convertido en filosofía de una vida rota y descosida. Porque la vida me brindó una aguja con la que cosí mi sonrisa, antes un boquete desgarrado en la superficie de un rostro en technicolor, falseado, y la fijé a los carrillos para que no se dejara caer por cualquier soplo en contra de las corrientes del mundo, para poder seguir caminando hacia el oeste mientras el planeta gira en dirección contraria.

Y ya he pateado las aceras de esta ciudad y puedo caminar bajo la lluvia sin que cale en mi mirada, que sigue teniendo ese brillo que a muchos asusta, que sólo tú comprendes, que lo es todo. Y nada a la vez... no hay más. Cosquillas en la suela de los piés para aprender a volar por encima de los errores, y me enredo en las sábanas, a intentar soñar nuevamente (con el sol desmigajado sobre la cama, con el hilo del corazón perdido por los suelos, con la sonrisa que se sube por las paredes y los cantos de los pájaros perdidos en el tiempo...).

sábado, 12 de junio de 2010

Spärvitce

Lunes, 24 de mayo, 1915

He surcado los mares durante cuatro días. La playa de Ancona, Italia, desde donde partimos no estaba tan lejos, pero nos aconsejaron ser prudentes frente a la inestable Costa Dalmata y eso, sumado a la tormenta, hizo más dificil y largo el viaje. A bordo no había nada destacable: doscientos americanos, dos orondas rumanas que vendían canarios, una banda de música que tocaban tristes melodías que me recordaban a cuando te conocí en la embajada en Beirut, un limpiabotas al que le faltaba un brazo y le debía sobrar el tabaco, pues fumaba dos pipas simultáneas para dibujar después sus sueños rotos con el humo, la tripulación, mi cámara y yo.

Era el único periodista a bordo, al parecer el Europe Herald se había adelantado al resto de medios y a la guerra incluso, pues me enviaba a fotografiar el que, decían, sería el centro decisivo de esta guerra: Orovaquia, un pequeño país que ocupaba en su totalidad la península de Koltova, un rincón más del macabro puzzle que formaba la costa de los Balcanes contra el Adriático.

Nunca había oido hablar de él, una micronación a punto de caer en manos de Yugoslavia, pero que se resistía. Una perla para Occidente en medio del campo de guerra. No iba ni a su capital, sino a Spärvitce, la única ciudad donde habían encontrado desde la redacción a alguien que supiera hablar inglés en aquél maldito lugar en el pescuezo del mapa. Y allí, que ya es aquí, he desembarcado hoy. Sé que el correo no sale de la península porque los ejércitos han cortado el paso de Dubrovnik a Podgorica, pero seguiré escribiendote lo que aquí vea, porque, aunque no te tengo cerca, siento que las palabras me hacen compañía cuando eres tu para quien las sueño.

jueves, 10 de junio de 2010

Un respiro

Aprovechando un breve lapsus en mi [hiper]apretada agenda, he decidido darle aire a esto. Llega el verano, huelo el salitre desde el balcón y escucho hasta el roce de las plumas de las gaviotas contra la brisa marina (y eso que vivo a kilómetro y medio de la playa), pero será fruto de horas de encierro y estudio masivo.

Mucha gente me ha comentado que escribo triste, que mis historias llevan irreversiblemente hacia un único fin: dolor, tristeza, melancolía y/e/o/u muerte. Quizá sea cierto, quizá halla reflejado exclusivamente las sombras de mi mente en las letras que sangro, pero me he prometido que, harto de tanta oscuridad en torno a apuntes y libros eternos, intentaré sacar las [escasas] luces que encuentre rondando mi masa encefálica, y exterminaré las dioptrías del pesimismo, en la medida de lo posible. Por lo menos, en verano (sí, hago trampa, porque viajaré mucho [por fín] y escribiré poco).

Aún así, no prometo nada, es triste, pero el dolor inspira más.

Gracias por seguir siguiéndome,
prometo que a la vuelta os leeré a todos!
:)

Miserias: el final.

Esta vez las instrucciones eran sencillas: Plaza de la Traición, a las doce de la noche. Era un rincón del centro histórico, iluminado por una sola farola que teñía de azul los adoquines negros y siempre húmedos de una plaza en decadencia, sin árboles, sin comercios, sin vida. Sólo una farola, mil adoquines, y la encrucijada entre cuatro calles con más historia que gloria.

Llegué con dos minutos de antelación, y fueron los dos minutos más largos de mi vida. Pensaba que los gatos se iban a asfixiar en tan largos maullidos, que la oscuridad se engarrotaría de abrazarse a las paredes tanto tiempo, que la Luna iba a descolgarse de su morada. La farola parpadeaba soñolienta y entonces hoy los pasos. Unos zapatos de tacón rojos aparecieron en la esquina con su caracterítico toc-toc-toc, banda sonora de un final abierto. Las largas piernas de mi víctima se veían níveas y contrastaban con la sombría elasticidad del tiempo, sus manos, su cuello, sus labios rojos... Núria.

No comprendí qué hacía ella allí hasta que en su rostro vi una mirada de decisión que no podía llevarla allí por casualidad. Nos miramos, nos medimos. En su mano tenía una navaja. Empezó a llorar. Caminó hasta mí y me miró con un odio que no era capaz de desentrañar.

-¿Qué haces aquí?

-¿Sabes?- Dijo entre lágrimas a unos centímetros de mí.-Nunca olvidé la muerte de mi novio. La venganza fue un dibujo que siempre estuvo trazándose en mi mente. Decidí que, si no podía con las sombras de mi pasado, me uniría a ellas. Sabía que había muerto por encargo, acudí a los que se cobraron su vida y les pedí saber quién lo había matado a cambio de todo el dinero que pude sacar de mis padres antes de que nos arrojaran a la fosa del olvido. Lo que nunca pensé es que los pasos me llevaran hasta ti.

Se me derrumbó el mundo. Ahora comprendí cómo podía tener una cita con mi víctima, pes era yo mismo. No había acudido a los cobradores, ellos habían venido a mí. Núria...

-Pero, cariño, era otro tiempo, yo... yo...-Las palabras se deshilachaban en mis labios.- Perdóname.-Pedí llorando mientras acariciaba su rostro. Y en ese instante pude ver en su rostro la bondad, el perdón y una luz más intensa que la de la farola. Ví la vida, vi a nuestro hijo, y con su beso comprendí que me perdonaba. Luego se giró y se llevó la banda sonora de sus tacones otra vez a la oscuridad, y yo me quedé en el centro de la plaza con el corazón atravesado por la navaja.

martes, 8 de junio de 2010

Revolver

Por fín. Por fín he sentido lo que tantos libros me habían contado y yo nunca había podido sentir en mi propia piel. He visto amaneceres quemando mi persiana porque no quería que llegara un nuevo día. He visto noches de darle vueltas a las sábanas, al colchón, al mundo y a mi cabeza. He visto las lágrimas más amargas de la historia, y las he saboreado con todo su polvo y las cenizas de otras lágrimas mejores.

Y me alegro, y me invadela tristeza al mismo tiempo. No sé si es bueno haber sentido toda la soledad que inspiró a las mejores plumas a escribir los versos más tristes cada noche, podría sentirme en el limbo del arte, uno más de todos aquellos héroes que protagonizaban las páginas de mi estantería repleta de melancolías. Pero tampoco sé si es malo.

La vida es progresar, caer y aprender a levantarse. Y yo caí realmente hondo, donde ni los abismos se atreven a meter sus sombras, y llegó un momento en que temía irme a dormir porque sabía que reflexionaría sobre todas las miserias que había tejido a lo largo del día, y miraba desconfiado a la almohada y prefería vivir en la ignorancia.

Hasta que encontré la solución, debajo de la almohada siempre guardé aquél revolver, aquél que nos dejó en herencia tu padre por que decía que esta vida es muy incierta y peligrosa, que nunca sabes qué fantasma te asaltará en las cuatro paredes de tu vida, que es mejor estar protegido y acabar de un tiro con los jirones del pasado. Y el fantasma era yo, y no dejé más que sangre y plumas del edredón flotando por la habitación.

domingo, 6 de junio de 2010

Miserias III

La relación entre Núria y yo había hallado su lugar entre las histerias y miserias de la vida, un pequeño rincón cómodo donde caminaba firme contra el viento. No sabría decir hacia donde iba, pero le tomaba la delantera al minutero del reloj y nos sorprendía en madrugadas abrazados el uno al otro en un nudo de sábanas sin que nos hubiéramos percatado del paso de la vida.

Sí, había olvidado. Creía que merecía una seguna oportunidad y, aunque el rostro de aquél jóven al que desposeí de sus latidos seguía protagonizando mis más macabras pesadillas, creía que podía encontrar la redención entre las piernas de Núria. Y la buscaba constantemente y ella me la ofrecía y el tiempo, tan vengativo, nos trajo lo que nadie esperaba. Tras once meses de intensa relación Núria estaba engendrando el fruto del miedo que nos había unido. Y yo temía que del miedo sólo pudiera nacer un monstruo, pero ella me convencía con su sonrisa de que todo iba a ir viento en popa y con sus canciones de cuna rota arrullaba mis temores.

Pero el pasado siempre vuelve y hay fantasmas que siempre estarán atados a nuestros grilletes y arrastraremos hasta la tumba aunque pretendarmos borrarlos de nuestra biografía. Cuidar a un niño necesitaba de dinero, de mucho dinero, la familia de Núria nos había cerrado las puertas hacía tiempo y mi madre ya había entrado en la vorágine de la enfermedad y tristemente sobrevivía a las cenizas de su juventud muerta.

Ya lo había hecho una vez, y sumar una sombra más a mi contrato con la Muerte no iba a empeorar las cosas. Sacaría dinero para cuidar al niño, para darle un futuro digno, para que tuviera un hogar lejos de las calles de la droga, donde no viera a los yonkis del ocaso ni sus jeringuillas, donde no supiera nada de morir y pudiera escuchar con su inocencia los vinilos de su madre.

Sería la última vez, ésta sería la soga que nos sacaría definitivamente del abismo.

sábado, 5 de junio de 2010

Miserias II

Se llamaba Núria. Era una de tantas más que habían caído en depresión tras la muerte de un novio drogado, o que conducía a máskilómetros de los que permite el contrato con la vida, o que había decidido meterse en una pelea de ricos más... sea como sea, nunca me contó qué había sido de él, ni importaba. Era una más de tantas en su situación. Nos conocimos en el momento idoneo.

Su ambiente cargado de gafas de pasta, pintas en garitos irlandeses y Vampire Weekend haciendo sangrar los oídos era lo más alejado de cualquier ambiente en el que me hubiera movido nunca. Igualmente, ella nunca había visto las calles llenas de jeringuillas ni los yonkis durmientes del ocaso ni las peleas de bandas en un barrio de cuya existencia nisiquiera se había percatado hasta conocerme a mí.

Fue en el centro, ese único punto de las ciudades en el que se pueden conocer gente que provenga del cerebro y gente que provenga de los piés, como un corazón internodal que conecta las tragedias con las comedias en el organismo de la vida. Aún así, nosotros éramos dos tragedias en busca de una comedia inexistente, y lo único que teníamos en común habian sido las drogas. En mi caso, se esnifaban con billetes de 5 euros, en el suyo, con billetes de 100, pero era la misma guerra luchada en diferentes campos de batalla.

Aprendimos a amarnos a pesar de desconocer el amor, y yo creía que incluso podíamos permitirnos el lujo de empezar a olvidar.

jueves, 3 de junio de 2010

Danza

Ella se levanta antes que el Sol para enfrentarse a horas demasiado largas, a veces, para el ser humano. Mira la ventana, sonríe a sus sombras (que es el mejor remedio para mantenerlas como lo que son y no como lo que podrían llegar a ser), y empieza un nuevo día. Un calcetín, el otro... siente en la punta de los dedos del pié como encierra bajo la tela toda la energía que le encantaría soltar de un solo paso de danza libertadora. Pero hay compromisos, y en la vida no todo es bailar (aunque en el baile todo sea vida).

Camina, a menudo el autobús no la espera y no le queda más remedio que andar por aceras a veces más largas que las horas, pero menos que sus pensamientos. Encadena a cada paso una mentira tras otra y se convence a sí misma de que no merece la pena seguir luchando, aunque en el fondo su corazón nunca se rendirá porque siempre queda entre la sístole y la diástole una voz que le dice que ella puede. Llega al final de su destino, echa en una fosa común de aprendizajes y conocimientos las horas más vacías de su día. Porque después viene lo demás: bailar y respirar, bailar y sentir, bailar y soñar, bailar y vivir.

Y gira 360º grados a su vida en el centro de la pista, y ya no importan las llamadas, ni las lágrimas derramadas. Gira nuevamente y de su pelo se descuelgan los problemas. Da dos pasos hacia el frente, adiós a las palabras hirientes, otro paso hacia el final, adiós a preocuparse nunca más, nuevos giros y en la música se difumina su verdad (o su mentira más voraz). Y es que cuando acaba de bailar, descubre por que se despierta cada día antes que el Sol. Sabe que es lo que le gusta, y sufrir sólo es el camino hacia la satisfacción.

martes, 1 de junio de 2010

Miserias I

Uno no sabe explicar el momento en que la desesperación te puede llevar a jugar con la vida de otro. En qué lugar de la [perversa] mente humana se esconde esa célula que se activa en un momento dado y contagia en cadena a todo el cuerpo hasta que éste decide matar. Sin más. Ese punto en el abismo que separa el civismo de la muerte, esa palabra que todos tememos, y detrás caen las hojas del diccionario presididas por sangre, pecado, ignonimia... y después todas las palabras que acaban en -cidio. Y a uno se le cae el alma a los piés, pero ya es tarde, porque la ha vendido por un cheque que no tiene devolución y que lleva al irreversible final de la vida propia.

Yo lo hice, tenía dieciseis años. Mi madre, viuda, trabajaba 16 horas para conseguir sustentarme a mí y a mis tres hermanos pequeños. El barrio no era más que bolsas y jeriguillas arrastradas por el viento entre aceras pintarrajeadas donde dormían los últimos yonkis antes del ocaso. Y yo, desesperado, no podía ver otro destino que el que había guiado a mi generación, muerta desde antes de nacer.

Los llamaban prestamistas, o banqueros, o gente de negocios. En realidad eran cuatro chavales envejecidos por la ambición que pagaban una buena cantidad a cambio de que mataras a quien quiera que se hubiese cruzado ahora en el camino imparable de los que mandan. Pobres matando por ricos para consumir la miseria que los ricos producen para que los pobres maten. Retórica hueca, pero real.

No sé quién era, sólo sé que en ese momento valía más mi dósis que su vida, aunque, he de decirlo, después de aquello enterré la pistola en la playa, lancé la heroína al mar y nunca más volví a ver una droga. Pero yo ya había pactado com la Muerte mi final.