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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



jueves, 21 de julio de 2011

Sobre colores y mi mundo ortocromático

Cuando era pequeño imaginaba que el mundo no iba más allá de las cuatro casas de mi pueblo, que la mayor conquista era subirse a un árbol a por mi pelota encallada, que el diavolo era un innovador juguete que cambiaría la infancia y que mis padres eran héroes de una epopeya griega. Poco a poco creces y las fronteras se expanden a ritmos más veloces que tu corazón, más allá de las galaxias, mientras los empujones de tus ventrículos están contados. Los imperios de tus padres pierden tierras a favor de las hormonas y la mayor conquista consiste en aceptarte a ti mismo, algo que quizá nunca logres. Ni con la escalera de mano más alta. Ni con el balón más bajo. Te das cuenta que no existe nada nuevo, todo está inventado y, por supuesto, nada cambiará el mundo. Como los latidos de tu corazón, hasta la última revolución ha sido medida y delimitada con premeditación, y sólo te queda encontrar unos ojos coloridos que den caza a tu vida en blanco y gris para poder escapar a lo previsto, a lo correcto, a lo esperado. Unos ojos que te hagan suspirar, que te acompañen en tus fantasías más íntimas, que pinten tu rutina con el borde de sus plumas, que te empujen en sus pupilas hacia abismos de neón, y te recuerden que, por muchas personas que haya en el mundo, seres humanos sólo hay dos.

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