Cuántas veces no abré echado en falta un hombro sobre el que descargar mi rabia, y no mis lágrimas. A veces las palabras hieren más que las armas, será por ese suspiro divino que las anima, Y Dios se hizo verbo suelen decir los creyentes. El resultado es que dejan cicatrices en el alma, cicatrices de esas que se resisten a la sutura, a los antibióticos y al cariño. Cicatrices eternas.
Empiezo a notar el cansancio, cómo se rompe esa coraza que me he creado para resistir la ira de las personas, para negarme a ver la maldad. Mejor dicho: Mezquindad. Que no es lo mismo, no.
Pero ya llevaba demasiado tiempo fingiendo ver el vaso medio lleno y, como todo lo que sube baja, mi mundo se ha vuelto a caer. Nuevamente unas manos sucias, concretamente necias, lo han echado a rodar sin rumbo fijo, y esta vez ya no quiero conocer el destino. Laissez fair, laissez passer.
Me echaré a llorar (sí, por fín, llorar) sobre las piedras, y que me abriguen del frío los vientos, del miedo este cielo, del sueño los sueños, del hambre mi eco...
Empiezo a notar el cansancio, cómo se rompe esa coraza que me he creado para resistir la ira de las personas, para negarme a ver la maldad. Mejor dicho: Mezquindad. Que no es lo mismo, no.
Pero ya llevaba demasiado tiempo fingiendo ver el vaso medio lleno y, como todo lo que sube baja, mi mundo se ha vuelto a caer. Nuevamente unas manos sucias, concretamente necias, lo han echado a rodar sin rumbo fijo, y esta vez ya no quiero conocer el destino. Laissez fair, laissez passer.
Me echaré a llorar (sí, por fín, llorar) sobre las piedras, y que me abriguen del frío los vientos, del miedo este cielo, del sueño los sueños, del hambre mi eco...