miércoles, 1 de julio de 2009
Rutina
Caminamos con los piés undidos en el fango del día a día, sin reparar siquiera en que a veces entre el fango crecen pequeñas flores. Amapolas. Hijas rojas de la sangre que sudamos día sí, día también, para poder sobrevivir a la inmundicia de la rutina. Gotas de sangre, pero flores al fín y al cabo, pétalos con la secreta intención de alegrarnos a diario nuestro eterno trotar hacia un día más, idéntico al de ayer, idéntico al mañana. Regadas con lágrimas. Golpeadas por el viento de nuestros suspiros. Pero firmes. Se mantienen en pie y siguen brotando del fango y al final, cuando queremos darnos cuenta, el fango se ha convertido en una pradera, y con nuestro triste esfuerzo de cada día hemos conseguido la felicidad: cinco minutos para poder soñar. Y volver a empezar.
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Yo quiero esa pradera, pero una de esas que no se marchite a los pocos días.
ResponderEliminarTal vez pida demasiado.
Locoo. ;)