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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



lunes, 23 de noviembre de 2009

Multicultural

Bajo de casa y paso por la frutería: naranjas de valencia, piñas brasileñas, sandías argelianas y cerezas canadienses. El tendero Raschid, que es marroquí, coje con delicadeza cada fruta en sus tostadas manos y me devuelve el cambio en catalán. Cruzo al frente y compro unas tijeras fabricadas en Taiwán en la tienda de los Tchang, son chinos, les saludo diciendo ni hao y ellos me despiden con un perfectamente pronunciado hasta luego. Paso por la carnicería de Teresa, que es del barrio de toda la vida, su Manuel la dejó plantada en el altar hace ahora ya veinte años y para curar la soledad ha adoptado dos niñas de Camerún. Le compro un filete de ternera argentina y un queso holandés que le han traido nuevo. Hago el camino de vuelta a casa pasando a por el periódico en el kiosko de Julija, rumana, ojeo el New York Times y el Le Monde por encima, ella me deja, aunque al final siempre le compro El País. Antes de entrar en mi portal saludo a Salvador, de Ecuador, que se fuma un puro cubano ante el locutorio abarrotado de colombianos, bolivianos y venezolanos que regenta, recojo el pan en la panadería de doña Isabelita, que tiene empleadas a Sara, de Lituania, y a Gabriela, de Guinea Ecuatorial, y subo en el ascensor con las manos llenas para entrar en casa, dejarlo todo tirado y volver a meterme en la cama para descubrir con mis dedos lentamente tu piel, el único lugar que no conoce de fronteras.

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