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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre aquella tarde

He necesitado mucho tiempo, más del que hubiera pensado, para poder ver aquello con la perspectiva necesaria para no culparme a mí mismo. Para digerir aquellas palabras, aquellas caricias y, sobre todo, para tramitar en la burocracia lejana y caótica de mi mente, el sabor de aquellas lágrimas.

Ahora nada importa ya, pero aquella tarde de verano, con la ventana abierta para que respirara nuestro mundo, sentado en tu cama, apoyado en la pared, abrazado a mis piernas, mientras tú dormías, sentí que me iba la vida en ello. Que se me escapaba el universo. Que se me desbordaba el alma. Lloré por el fin de lo nuestro, pero también por el inicio de lo mío. De lo que sólo comparto conmigo mismo en los ajetreos de mis noches de insomnio y pretéritos impertinentes. De todo lo que yo mismo he ido acomodando entre los recuerdos tristes de mi vida, ocupando los vacíos que dejan los recuerdos alegres en su fuga a otros países con menos autocrítica, menos castigo, y menos régimen de sonrisas. De las horas invertidas en tejer los descosidos de mi corazón, por donde se me escapaban las ganas de vivir. Ahora que el cristal de la distancia y los meses me deja verlo, creo que hubo sinceridad cuando te despertaste e interrumpiste mi caída libre.  No puedo darte más que las gracias. A pesar de todo, las lágrimas posteriores fueron las que más dolieron. Ojalá nada hubiera salido como salió. Hubiera preferido conocerte en otro momento, quizá hubiera funcionado, quizá hubieras arreglado el rumbo torcido de mis sueños.

Tengo la brújula rota.

lunes, 21 de febrero de 2011

Sobre la caligrafía de las lágrimas

Es como una semilla. Está ahí, la sientes, en el estómago. A veces te olvidas de ella, pero otras parece que la riegue un ente desconocido, sin motivos, y brota y su tallo trepa hasta tu laringe y, cuando parece que va a salirte por la boca, trepa un poco más y se te desborda por los ojos en forma de lágrimas. Lágrimas que cubren tu rostro, caen, pesadas, de tu barbilla húmeda a tus hombros, a tu pecho, a tu ser, y siguen mojando el resto de tu piel hasta calar y regresar al epicentro de tu miseria, donde riegan nuevamente esa semilla para que sus brotes nunca mueran. Ni siquiera cuando sonríes, aunque sea por un tiempo prolongado, aunque lleves días sin ver una nube en el horizonte, aunque creas que todo ha terminado, desaparece. La semilla sigue presente, y puedes cortar todas las veces que quieras el tallo, fingir ser feliz, que volverá a crecer, preferiblemente, cuando menos te lo esperes, y reabrirá las heridas que creías cosidas y curadas, y dejará salir la sangre para que escriba por ti esos versos tristes que no te atreves a pronunciar en voz alta, y la punzada del dolor y de aquél pasado que siempre fue mejor te traerá al presente tu autobiografía escrita a base de sudor y llantos. Y quieres gritar. Y te sientes hastiado, asqueado y mosqueado con el mundo. Sientes que no eres merecedor del afecto de nadie, nada, nunca. Estás sólo. Siempre lo has estado. Siempre lo has merecido.

Eres la única falta de ortografía que ensució la redacción pluscuamperfecta de la alegría.

domingo, 20 de febrero de 2011

Si supiera el porqué de mis vacíos los llenaría con la respuesta.
Como no lo sé, no los lleno con nada y, en consecuencia,
tengo el doble de vacíos. Los viejos abren nuevos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Sobre trenes y lluvia

Lo oyes. Ahí fuera. Gota a gota. La lluvia desdibuja en la ventana el reflejo de tu cuerpo recostado en la cama a primeras horas de la mañana. Lo oyes, sí, es otro día gris pidiéndote un rescate por las ganas de salir a comerte el mundo que se llevó a sus entrañas hace unos días. Unas ganas que, dices, bien se pueden pudrir en ese cúmulo de nubes y gotas impertinentes. Sólo quieres girarte hacia el otro lado, cerrar los ojos... Lo oyes. Esta vez está dentro. Es el sonido del móvil. La alarma. Llegas tarde. Un día más. La ducha se convierte en el último momento reconfortante que tendrá ese día que apenas acabas de empezar, el tacto del agua que te recuerda sin explicación al cariño humano que hace demasiado que no recibes, el vapor subiendo por tu nuca como el suspiro de un ser querido inexistente mordiéndote el alma. Te pones lo primero que encuentras en el cajón roto del mismo armario insípido de siempre, su vulgar imitación de madera, sus funcionales lineas rectas ¿Cuándo aprenderá el ser humano que su especie es, por defecto, disfuncional? Desempañas el espejo con la intención de peinarte y ves tu cara inexpresiva reflejada y se te van las ganas de peinar nada, total, el peine no se va a llevar consigo el lastre de las ideas que te surcan la cabeza. Abrigo largo. Mochila con la libreta y los bolígrafos justos y necesarios. No coges paraguas. Nunca lo haces. El ascensor vuelve a no funcionar. Bajas los cuatro pisos a pie murmurando maldiciones y te cruzas con un vecino. Hola. Hola. Mera cordialidad, mantener las formas, simular ser un ser social porque es más fácil que demostrar que no lo eres. Sales a la calle. Caminas. Mismas caras de todos los días tras sus puestos de trabajo, suplicando clientes y dinero con la mirada, aunque nunca lo admitan. La lluvia va calándote el pelo, la ropa, el alma. Arrastra las ideas de tu cabeza hasta tus pies y estas llenan todo tu cuerpo, haciéndote sentir vacío. Sigues caminando cabizbajo. Llegas al paso de cebra y, lo ves, pasa ante ti: es el tren de la vida. El que has perdido. Al que nunca más te subirás.

lunes, 14 de febrero de 2011

Sobre azules intensos

-Han debido de naufragar muchos en esa mirada.

-No tantos como crees. Ni tan buenos.

-Entonces se merecían morir ahogados.

-El pasado, pasado está. No merece la pena hablar de ello, su única función es quedarse atrás.

-Al menos, a mí, déjame nadar.

Te cristalizaste sin contestar a mi petición, en otro silencio más de esos tuyos que me hacen sentir estúpido frente al abismo inquisidor de tus pupilas. Pupilas que leen el alma y dan escalofríos y vuelcos al corazón. Pupilas que son islas en el mar de tu mirada punzante, de la carta agrietada de tu vida, del polvo de tus sueños, de las letras rotas de tus canciones tristes.

viernes, 11 de febrero de 2011

Sobre peticiones e imposibles

Alguien que me valore. Tampoco es tan difícil ¿no? Vale. Sé que en realidad exijo más. Y no hablo del físico, dónde va a parar, el físico se lo comen los gusanos, y por muy poco que me valore, me tengo en más estima que a ellos. Pido que sea inteligente, que tenga inquietudes y valores, aunque no sean los mismos que los míos, pero me conformo si sabe defenderlos con argumentos coherentes. Pido que tenga las ideas claras, que sepa qué es la vida, tanto en su vertiente de dos días que hay que vivir como en su vertiente de una media de 78 años que hay que trabajar y mantener. Pido que tenga madurez, que no es algo que abunde. Y por norma general, todo lo que se derive de los aspectos dados. Pero sobretodo, pido que no me haga llorar. En los últimos meses de mi vida he llorado más lágrimas que en los 19 años precedentes, y no sé cómo lo consiguen. Debo de tener atrofiada la brújula del corazón y sólo me lleva a las costas de islas ásperas, o igual estoy a la deriva en la carta de navegación del desencanto. Quizá la tierra es plana y mi barco de papel ya se ha caído por las cataratas de su vértice. O yo qué sé.

martes, 8 de febrero de 2011

Has pinchado y no ha sangrado. Ya ves,
el pericardio también hace callo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Sobre los escritos que no me atrevo a publicar

Les tengo miedo






                                      y me hacen llorar







            
                                                              las lágrimas más amargas


Dedicado a ellos.

domingo, 6 de febrero de 2011

Sobre insignificancias y magnificiencias

Por todo lo que aprendí de las noches en vela con demasiadas cosas por decir y con tantos temas tabúes que rompimos con la yema de los dedos. Por mis silenciosos gemidos gratuitos de adolescente con sus primeras arrugas. Por tus caros gritos de experiencia y hedonismo sobreconocido. Por mi uso del plural inclusivo, por tu abuso de la primera del singular. Por mis rabietas sobreactuadas. Por tus decisiones drásticas, pero también por las sorpresas que tan bien se te dan entre silencio y silencio en exceso prolongados. Por la diferencia que no percibes entre mantenerme a un discreto segundo plano e ignorarme por completo. Por la sonrisa más bonita del mundo. La tuya. Y la mía. Por el niño que hay dentro de ti, por el adulto que hay bajo mi piel joven. Por tus imprevistos y por mis planificaciones. Por las reglas que rompimos. Por los mundos contrariados. Por caerte de vez en cuando entre mis cejas, por estirar tu agenda para que quepan mis sueños. Por dejarme el corazón a flor de piel. Por hacerme sentir la china en tu zapato, y la horma, y tu colmo. Por ser tan contradictorias tus insignificancias y tu voluptuosidad. Por tus dos caras y por la que yo no tengo. Por ver cómo sigo completando esta lista...

martes, 1 de febrero de 2011

Sobre las letras y las arrugas

Me encantan esas cartas de amor que salen en las películas donde las lágrimas desdibujan las palabras más bellas jamás escritas, esas palabras que nunca salen, o que salen en inglés, o que una voz en off hace como que lee, pero que en realidad nunca se muestran como son. Esas verdades que se esconden tras la mentira del lenguaje. Esos latidos traducidos a letras, acentos, puntos y comas que escriben universos sobre la carta de la vida. Todas las mañanas miro el buzón por si me enviaste alguna. Si me cruzo con el cartero en el portal lo penetro con mi mejor mirada, le sonrío, y veo su incomodidad por mi cara de iluso mientras lo observo repartiendo la correspondencia como un niño espera a que se abra la caja metálica de las galletas danesas (esas inolvidables galletas danesas), como un asteroide espera durante milenios el momento de erosionarse y convertirse en un reguero de luz sobre el firmamento, como una promesa. Espero esos folios que nunca llegan. Ese sello que nunca tocó tus dulces labios. Ese sobre que nunca compras de camino al trabajo. Esa tinta que nunca te atreves a usar cuando te sientas ante el esritorio antes de irte a dormir y mi recuerdo se te cae entre las cejas. Y lo sé. Pero me da igual. Sigo abriendo el buzón y tirando las facturas sin abrirlas. Sigo sonriéndole al cartero aunque haya oido comentar a la vecina del quinto que lo acoso, que soy rarito y que estoy loco, que está harta de oirme cantar canciones hechas para la gente sin problemas, de escucharme saltar en la cama como si tuviera doce años y de verme en el balcón pensativo, ajeno al mundo, sentado en la barandilla con cara de esperanzadora inocencia, como si la carta que no llega fuera a traermela una nube, que cualquier día salimos en el telediario. Y pasa el tiempo y, al final, las palabras de amor que nunca me escribiste las escribirán las arrugas sobre mi cara, junto a mis ojos, bajo mi nariz, detrás de las orejas, en la barbilla...