Lo oyes. Ahí fuera. Gota a gota. La lluvia desdibuja en la ventana el reflejo de tu cuerpo recostado en la cama a primeras horas de la mañana. Lo oyes, sí, es otro día gris pidiéndote un rescate por las ganas de salir a comerte el mundo que se llevó a sus entrañas hace unos días. Unas ganas que, dices, bien se pueden pudrir en ese cúmulo de nubes y gotas impertinentes. Sólo quieres girarte hacia el otro lado, cerrar los ojos... Lo oyes. Esta vez está dentro. Es el sonido del móvil. La alarma. Llegas tarde. Un día más. La ducha se convierte en el último momento reconfortante que tendrá ese día que apenas acabas de empezar, el tacto del agua que te recuerda sin explicación al cariño humano que hace demasiado que no recibes, el vapor subiendo por tu nuca como el suspiro de un ser querido inexistente mordiéndote el alma. Te pones lo primero que encuentras en el cajón roto del mismo armario insípido de siempre, su vulgar imitación de madera, sus funcionales lineas rectas ¿Cuándo aprenderá el ser humano que su especie es, por defecto, disfuncional? Desempañas el espejo con la intención de peinarte y ves tu cara inexpresiva reflejada y se te van las ganas de peinar nada, total, el peine no se va a llevar consigo el lastre de las ideas que te surcan la cabeza. Abrigo largo. Mochila con la libreta y los bolígrafos justos y necesarios. No coges paraguas. Nunca lo haces. El ascensor vuelve a no funcionar. Bajas los cuatro pisos a pie murmurando maldiciones y te cruzas con un vecino. Hola. Hola. Mera cordialidad, mantener las formas, simular ser un ser social porque es más fácil que demostrar que no lo eres. Sales a la calle. Caminas. Mismas caras de todos los días tras sus puestos de trabajo, suplicando clientes y dinero con la mirada, aunque nunca lo admitan. La lluvia va calándote el pelo, la ropa, el alma. Arrastra las ideas de tu cabeza hasta tus pies y estas llenan todo tu cuerpo, haciéndote sentir vacío. Sigues caminando cabizbajo. Llegas al paso de cebra y, lo ves, pasa ante ti: es el tren de la vida. El que has perdido. Al que nunca más te subirás.
miércoles, 16 de febrero de 2011
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Mientras queda un segundo de vida, puedes subirte al tren...aunque a más tiempo pases en el engranaje más difícil te resultará salir de él, si mata vidas, pero resulta tannnn cómodo...
ResponderEliminarPura rutina. Creo que la gente lo llama aveces madurar, sentar la cabeza, tener una familia, una casa, y un trabajo, y ya deja de contar...