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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre aquella tarde

He necesitado mucho tiempo, más del que hubiera pensado, para poder ver aquello con la perspectiva necesaria para no culparme a mí mismo. Para digerir aquellas palabras, aquellas caricias y, sobre todo, para tramitar en la burocracia lejana y caótica de mi mente, el sabor de aquellas lágrimas.

Ahora nada importa ya, pero aquella tarde de verano, con la ventana abierta para que respirara nuestro mundo, sentado en tu cama, apoyado en la pared, abrazado a mis piernas, mientras tú dormías, sentí que me iba la vida en ello. Que se me escapaba el universo. Que se me desbordaba el alma. Lloré por el fin de lo nuestro, pero también por el inicio de lo mío. De lo que sólo comparto conmigo mismo en los ajetreos de mis noches de insomnio y pretéritos impertinentes. De todo lo que yo mismo he ido acomodando entre los recuerdos tristes de mi vida, ocupando los vacíos que dejan los recuerdos alegres en su fuga a otros países con menos autocrítica, menos castigo, y menos régimen de sonrisas. De las horas invertidas en tejer los descosidos de mi corazón, por donde se me escapaban las ganas de vivir. Ahora que el cristal de la distancia y los meses me deja verlo, creo que hubo sinceridad cuando te despertaste e interrumpiste mi caída libre.  No puedo darte más que las gracias. A pesar de todo, las lágrimas posteriores fueron las que más dolieron. Ojalá nada hubiera salido como salió. Hubiera preferido conocerte en otro momento, quizá hubiera funcionado, quizá hubieras arreglado el rumbo torcido de mis sueños.

Tengo la brújula rota.

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