No sé como llegamos a este punto ni me atrevo, tan siquiera, a querer saberlo. Y es que, te advertí tantas veces que llegaríamos al final de esta avenida, que había empezado a creer que sólo existía en mis amenazas y que las avenidas de nuestras vidas se habían unido en una infinita. Que mirábamos adelante y las farolas de nuestros sueños se unían en un punto incierto del horizonte por donde salía y se ponía todos los días el Sol, por donde asomaba y se escondía todas las noches la luna: el principio y el fin de nuestras preocupaciones, lejano.
Pero el tiempo se ha acumulado en las esferas de nuestros relojes, las agujas me empujan fuera de ti y he de marchar. Ahora que el hueco que me hice bajo tus omoplatos, en el lugar donde nacían tus alas, que has perdido sin saber muy bien cuándo, dónde ni cómo, se ha vuelto frío e incómodo, he de marchar. Ahora que sé que te quiero, como lo supe siempre y nunca quise admitirlo, he de marchar. Y para cuando te diga que te echo de menos, te habrás marchado tú. De estas avenidas infinitas, de este horizonte sin problemas, del cobijo de tus alas... he de marchar. He de marchar. He de marchar...