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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



viernes, 28 de enero de 2011

Escapadas

En aproximadamente unas 13 horas despego nuevamente. Esta vez el destino es: MALTA. Viaje de fin de exámenes con 15 entrañables personajes.


Espero que cuatro días en medio del Mediterráneo despejen mis titubeos y las olas me inspiren para la vuelta.

miércoles, 26 de enero de 2011

Últimamente ando más expirado que inspirado.

Serán los exámenes.

viernes, 21 de enero de 2011

Sobre las melodías y los silencios

Llega un momento en tu vida en que te planteas lo que escapa a ella. Hablo de ese momento en que no piensas en la vida, en que no filosofas sobre el sentido de la humanidad, sino que empiezas a hablar de la muerte, y todos se tapan las orejas y prefieren escuchar su propia música. No sabes cómo llega ese momento hasta ti y, en el fondo, prefieres no saberlo, solo en tu balcón, mirando la noche y la vida intranscendentemente perenne de los que duermen, como la persona que duerme a tus espaldas, enredada en las sábanas tras un amor urgente, mal hecho, de pasión basura, de autoservicio, que mañana se irá a buscar el cielo en otros brazos, y te planteas cómo y porqué morimos, qué hay más allá del ensayo de esta melodía sincopada del vivir. Tocas una tecla, y otra, y otra más, de tu piel pianada, de tu cabello perfecto para tejer las cerdas burdas de un delicado violín que tramite sus notas entre la verdad y la mentira. Tocas la tecla de tu corazón bemol y entonces brotan da capo todas tus lágrimas retenidas, criadas mientras pensabas en la vida precisamente con el único objetivo de estrenar su obra de tristezas saladas en el momento en que repararas en la muerte. Piensas en las veladas románticas que te dejaste fuera de los límites de la partitura de tu biografía por no atreverte a iniciar esa melodía andante, ese diálogo allegro, con el tenor de turno, que te liberara de todas las tragedias de la ópera prima (y última, y póstuma) que es tu existencia. El miedo a vivir simplemente una zarzuela, una opereta cómica y previsible, sin sombras. Te das cuenta que en el fondo da igual de dónde venimos y a dónde vamos, nos debería bastar con saber dónde estamos, y ser felices con la banda sonora que nos haya tocado en el reparto de las agudas alegrías y las graves tristezas del planeta. Pero al mismo tiempo marchas fúnebres te acongojan y sofocan tu alma y, sin más, te tiras por el balcón. Y por fin llega el silencio que sigue a cada canción, el preludio negro antes de la gran obra que será la muerte, el final tranquilo que toda vida merece.

miércoles, 19 de enero de 2011

Sobre los límites y colillas humeantes III

Ahí estoy, sentado en la misma mecedora de todos los días, con un cuerpo que no reconozco como el mío, con una mirada cubierta por un velo que me da miedo ver. Observo mi cuerpo y, al menos, puedo descubrir en él que las experiencias que viví ocurrieron ciertamente a pesar de que muchas de ellas ya no las vuelva a recordar, a pesar de que mi memoria, cada vez más coja, haya deformado las pocas que recuerdo. Sé que en algún momento fui un niño de pueblo en esta ciudad que ahora me parece una aldea, ahora que es tan mía como la punta de los dedos que a veces ya no siento porque no me llega la sangre, o como ese hígado que cada vez da más la lata. En el asilo hay más ancianos como yo, que se sientan en otras hamacas a intentar encontrar entre sus canas la sombra de una juventud que se les fue de las manos sin darle tiempo a saborearla, y no quiero creer que soy como ellos, que mis pies tampoco aguantan mi peso, que se me cae la baba y la dignidad mientras miro la vida pasar para otros por la ventana, que me caigo en el hueco de mis arrugas y no puedo salir de ellas y de sus historias de tiempos mejores, que me despierto habiendo mojado la cama, y que sólo puedo llorar. Me he convertido en uno de esos abuelos que increpan a los jóvenes porque tienen el corazón roto de envidia, en todo lo que siempre odié, en todo lo que nunca quise. Ya ni fumar puedo, porque los pulmones insisten en recordarme los años perdidos en camas ajenas y le dan sustos al miocardio. Creía que le tenía miedo a la muerte pero no, le tenía miedo a envejecer. Y aquél niño se ha hecho ahora viejo, y de mi pueblo no me queda ni el recuerdo borroso y placentero con el que uno se va a la tumba para creer, al menos, que está en paz con el mundo, con todos los que abandoné en sus lechos mientras buscaba otros mundos nuevos e inciertos en el humo de mis colillas muertas.

martes, 18 de enero de 2011

Despierta, hace una bonita mañana

Empiezo el año con letras optimistas: Wake up, it's a beautiful morning. Y es que The Drums no es una banda, es la perseverancia hecha música. Fruto de los encuentros y desencuentros de Jacob Graham y Jonathan Pierce, dos neoyorquinos amigos y amantes de la música desde la infancia, formaron su primer grupo, The Goat Explotion, mezcla del pop más comercial y la electrónica más macarra, con el que hicieron una gira por los EE.UU. Sin embargo, no les debía ir tan bien en su relación como en su carrera, ya que apenas ters años después se separaron y se dedicaron exclusivamente a la indietrónica. Jonathan besó rápidamente el éxito de listas y ventas con su nueva banda, Elkland, mientras Jacob tuvo una transcendencia más discreta tanto con su nuevo proyecto, Horse Shoes, como al intentar revivir The Goat Explotion sin su compañero. Sea como fuere, en algún momento de toda su experiencia musical discutieron con la electrónica ambos y se reconciliaron entre sí. Y de este modo, nació en 2008 The Drums, un grupo formado con lo básico, nada de innovaciones estrambóticas ni sonidos exóticos: dos guitarras, un bajo y una batería. Y por fín, tras volver al rock más clásico fue como encontraron su verdadera identidad y su éxito entre la crítica con el primer álbum, homónimo al grupo.



Tanto Book of stories como For ever and ever, amen te pueden alegrar el día con sus ritmos sincopados, y Best friend, la única concesión que han hecho a su pasado electrónico, es una delicia auditiva. Pero sin duda me quedo con Let's go surfing, la canción que me está sacando de la locura y la soledad de este enero repleto de exámenes y horas serias. ¡Disfrutadla como yo!

lunes, 17 de enero de 2011

El presente no existe

La otra noche estuve dándole patadas al mundo y a las miserias con la ayuda de otros tres pares de piernas sobre una cama hecha con confidencias y no con sábanas. Entre risas y preocupaciones desveladas, uno llega a rotundas afirmaciones y serias conclusiones de madrugada a las que después tiene que darle vueltas entre sus propias sábanas. Si antes hablaba de transportarme al pasado, ahora hablo de cómo enfrentar el presente, del que uno siempre huye, o huye el presente de él, que nunca se sabe. Mi inexistente presente es un capricho del tiempo, es un nudo corredero sobre el que avanzamos yo y mis circunstancias por la cuerda floja de la vida. Se compone de dudas, titubeos y una incerteza constante de la que a veces creo que me he caído y me ha dejado flotando en la nada, pero es que el bote salvavidas de la incertidumbre, al fin y al cabo, siempre ha ido a la deriva, llevando al planeta entero a bordo. Dicen que los que no tienen lo que quieren de este mar de oportunidades dejadas pasar que es el mundo, es porque no se atreven a decir que lo quieren. Quizá yo sea el más cobarde. Pero ¿de qué serviría pedirle al presente que en el futuro me traiga lo que quiero, si sé que: primero, cuando el futuro se convierta en presente pasará a ser pasado mucho antes de que pueda darme cuenta de que pasó por mi vida y, segundo, lo que quiero no quiere venir? Quizá le estoy pidiendo demasiado a la providencia, al presente y a las vueltas de ocho piernas en la cama. En fin, resumamoslo en que he decidido acotar mi presente entre el último año y medio y el próximo año y medio, un margen de treinta y seis meses en los que me muevo como un nudo corredero y, he decidido que, si la segunda mitad va a ser tan intensa como la primera, me da igual no llegar más lejos. Vivo un sólido presente, me guste más o me guste menos.

sábado, 15 de enero de 2011

Sobre preguntas sin respuesta

Creo que es la primera vez que me quedo tan en blanco frente al papel. No es una des-inspiración momentánea, no. Estoy vacío.

viernes, 14 de enero de 2011

"Las cartas de amor se empiezan sin saber qué decir,
y se acaban sin saber lo que se ha dicho", Jean Jacques Rousseau.

Gente que no hubiera debido dedicarse a la filosofía.

jueves, 13 de enero de 2011

La máquina del tiempo

A veces tengo sensaciones un poco extrañas, y es que soy bastante particular. Aunque seguramente sea una de esas cosas que le cuentas a tu amigo casualmente mientras compartís unas cervezas (porque siempre paga uno y beben varios, aunque también esté el famoso por escaquearse) y descubres que le pasa a todo el mundo y que todos creían que eran únicos y particulares y descubres cuan patético es todo, en especial tú. El caso es que hoy he salido al balcón de mi habitación, que es sólo mío y da a un patio enorme con palmeras y pinos que también me gusta pensar que es sólo mío pero que en realidad comparto con un centenar de balcones y ventanas indiscretas de gente que, creo, me espía en ocasiones. Aunque yo también los espío de vez en cuando, pero le llamo ser curioso porque queda mejor, dónde va a parar. Los curiosos son entrañables y admirados, los espías, en cambio, llevan pistola, y eso nunca puede ser bueno. Volviendo de las ramas por las que me he ido sin pensarlo, he salido al balcón y la temperatura, el color de la luz, la tonalidad del aire y la calidad del conjunto me han trasladado a las tardes de Pascua tumbado en un prado al oeste de mi pueblo, un pequeño conjunto de casas más viejas que nuevas colocadas caprichosamente entre montañas, en el interior. Ha sido como estar ahí, en el mismo prado en el que como pipas todos los años disfrutando de las primeras caricias del Sol y de las conversaciones absurdas con los amigos de la infancia que, aunque cada vez están menos, siempre están para esos momentos en los que lo más oportuno es sonreír. Me pasa a menudo. Otras veces está medio lluvioso y me recuerda a las húmedas tardes de otoño leyendo en casa de mis abuelos maternos, cuando vivía con ellos porque creía que era mejor para sacar adelante bachiller que vivir con mi madre y sacar adelante mi relación con mi hermano, que siempre hizo más aguas. Menos mal que hace poco, y con eso digo meses, encontramos un parche y ahora nunca se nos escapa ni una gota. Llamamos a ese parche Eva, y es nuestra hermana de cuatro añitos, a la que me recuerdan los días soleados pero con viento, porque son bellos pero traviesos como ella. Otros días me transportan a los paseos invernales por la playa cuando hacía la ESO, a las tardes en el cine con una ex, otros me recuerdan a otras personas que han pasado por mi vida, o a momentos que repito a menudo o que, simplemente, pasaron una única pero inolvidable vez.

Es extraño, es una especie de máquina del tiempo, en dos sentidos: porque es el mismo tiempo, meteorológicamente hablando, el que me hace rememorar pasados mejores y es el tiempo, cronológicamente, el que se desdibuja y creo estar ahí por unos instantes, si cierro los ojos, me dejo mecer por el ambiente y olvido que estoy en mi balcón de la gran ciudad, lejos del pretérito. Y es que, al fin y al cabo, la única función del pasado es quedarse atrás.

martes, 11 de enero de 2011

Sobre los límites y colillas humeantes II

Apago el cigarro en el hielo fundido de su copa en la mesita de noche, por encima de su cabeza dormida en el lado derecho de la cama. Maldita sea, siempre me toca vivir a la izquierda del mundo, murmuro mientras intento salir del laberinto de sábanas sudadas sin despertarle. Tras el juego de preguntas pícaras y respuestas esquivas, de miradas que tocaban mejor que algunas manos, tras negaciones e intentos de mostrar esa dignidad con la que el ser humano sueña pero que ninguno ha visto nunca, al final encontré hueco entre sus piernas. Otro hueco más, de los muchos que salí en medio de la oscuridad, sin dejar notas, ni huellas, sólo un cigarro fumado entre remordimientos y placeres prohibidos, humeando, dibujando en la noche una sincera y sentida despedida amarga que se diluiría en el aire mucho antes de que se despertara, sin volver a saber nada de mí, que la ciudad era lo suficientemente grande para convertirse en el niño de pueblo que visitó todas sus camas sin esperar sentimientos a cambio, ni una muestra de cariño, ni un suspiro de amor. Que lo que sale del corazón sólo puede hacernos daño.

lunes, 10 de enero de 2011

Sobre los límites y colillas humeantes

-¿Podrías hacer un hueco en tu ciudad para un niño de pueblo como yo?

-Con esa carita de inocente y desvalido, ¿quién no iba a hacerte un hueco? - Me dijo con una sonrisa traviesa mientras tiraba con un gesto gracioso la colilla incandescente de su cigarro y clavaba en mí una mirada aún más encendida. Podía leer el deseo en sus labios, la lujuria luchando por saltar de sus pupilas y morderme el cuello hasta llevarme al precipicio de mis principios en medio de aquella discoteca.

-Perdona, pero no me refería a un hueco entre tus piernas.- Dije mientras apagaba, con un malogrado gesto de dignidad desconocida, su colilla con la suela de mis zapatos relucientes especialmente comprados para la ocasión, pretendiendo que viera lo  guapo que iba pero lo suficientemente abstraído como para que no pensara que hasta el último pelo encerado de mi apariencia había sido colocado con calculada mesura para ese momento programado entre temblores y alcohol.

-Pues olvídate de la gran ciudad, pequeño.

domingo, 9 de enero de 2011

Sobre follar, para qué andarse con rodeos

Me gusta la mudez de la yema de tus dedos que, sin hablar, expresan todas sus opiniones al rozar mi piel inquieta y mi boca trémula, y trazan palabras prohibidas en mi espalda. Me gusta que tus labios dibujen besos en mi cuello, el olor a salitre y tabúes de tu nuca, el humo y los sonidos ciegos que se escapan entre tus dientes al pronunciar mi nombre entrecortado por sonrisas que hablan de pasados grises. Me gusta que los olvides a mi vera, que te desprendas de tus prejuicios y dejes caer por el borde de la cama los cardenales de tu piel, que intento curar con saliva y restos de amores necios. Me gustan las risas de temor, y también el rubor que enciende en tus mejillas ilusiones que ningún otro te brinda. Me gusta ser capaz de erizar tus sueños y ponerte la piel y la ética de gallina con el roce de la vida. Me gusta el sudor en la sombra de tus párpados, y las conversaciones sordas entre mi lengua y el lóbulo de tus orejas, el idioma secreto de tus pestañas negras. Me gusta que mi cama pareciera enorme en la soledad, así ahora caben más caricias, más suspiros y más hueco para la imaginación.  Me gusta rozarte el corazón con el filo del deseo. Me gusta, aunque tenga su nosequé de oculto, de oscuro, de íntimo y pudoroso, de clandestinidad robada al tiempo, de saber que lo que estamos haciendo no es lo correcto. ¿Y qué? Por una vez voy a ser tan perro como la vida misma.

jueves, 6 de enero de 2011

Sobre cosas que matan y cosas que mueren

No voy a negar que me mata veros juntos, aunque me mate más que lo niegues. Me mata, como esta hoja en blanco. Me mata salir a comerme el mundo y no poder porque te tengo atravesado en la garganta. Y me matan las pausas, que son como dudas en el discurso de la vida que me dejan con la incerteza y el corazón incendiado porque no sé si esta será la definitiva. Me desgarra, me revienta y me desborda el alma, y a veces sangro lo versos más bonitos por ti, por los mejores besos de la creación. Besos que ni Dios había previsto y por los que perdieron las alas todos sus ángeles. Y es que nuestro lugar es el Infierno. Me mata morirme y, lo peor, me mata no morir de amor que, aunque triste, al menos es una causa digna por la que irse al agujero. Y sin darme cuenta, entre insomnio y la certeza de saber lo que callas, he enfrentado el espacio vacío del folio, he sellado sus pausas y he cimbreado sus abismos. He muerto y he resucitado tantas veces como he dudado en la siguiente frase, he decaído entre las letras de mi (in)sano juicio. Si algo me ha vuelto loco son tus mentiras, y el hueco con olor a verdad que dejabas entre ellas para seguir ilusionándome. Y todo, para decir simplemente: me mata. Me mata que hayas nacido para matarme. Me mata que no vayas a morir a mi lado.

martes, 4 de enero de 2011

Sobre infancias tardías y muertes tempranas

Recorres más kilómetros en un día de los que la mente humana concibe y en ellos ves el relejo de los últimos años de tu vida pasados por el filtro del tiempo que suele tener mejor criterio que tú y le da a todo un halo de felicidad y tiempos mejores que tu cabeza envidia, deconstruye, monta y desmonta hasta echarte en cara el maltrato al que sometes tu vida actual por una simple tontería que se te fue de las manos cuando menos creías en las cadenas y las convenciones. Miras por la ventanilla de los múltiples transportes que utilizas ese mismo día esperando ver pasar en cualquier momento el recuerdo de una libertad que en realidad sólo has visto en sueños y te preguntas el porqué de tus miserias, tus comedias y tragedias, y el porqué de las erratas y la ausencia de soluciones para los pasos que diste con la pierna coja de tu voluntad justo después de que tu razón despegara y te dejara sólo con esas razones que desconoce del órgano débil que late y da vida a un cuerpo muerto. Llegas nuevamente al hogar y aunque habías soñado, deseado, ansiado, esa llegada desde el mismo día en que partiste sólo te sirve para darte cuenta de cuan sólo estás, de lo vacía que es tu existencia y de hasta qué punto dependes del tiempo que te alquilan los demás, de sus comentarios, de su presencia, de lo que esperan de ti y de lo mucho que temes decepcionarles a pesar de que tú nunca deposites en ellos grandes esperanzas por miedo a que se las lleven en un abrir y cerrar de ojos y te dejen desnudo de ilusiones. Y cuando estás dormido, pero con los ojos abiertos, en la cima de la conciencia sobre ti mismo, en lo más profundo de los valles que has cavado en tu alma con el paso del tiempo y del dolor, descubres que en realidad aún eres demasiado pequeño para tener miedo, y que has escrito un texto enorme sólo con cuatro oraciones sin pausas ni espacios para respirar porque pretendías así desviar la atención de ti mismo y dar portazo a tus sombras antes de que ellas vayan repartiendo puntos y comas y ordenando tu memoria de modo que tu mente las vuelva a envidiar, deconstruir, montar y desmontar y engañarte haciéndote creer que alguna vez fuiste feliz.

lunes, 3 de enero de 2011

El corazón tiene razones que la razón es sabia en ignorar.