No voy a negar que me mata veros juntos, aunque me mate más que lo niegues. Me mata, como esta hoja en blanco. Me mata salir a comerme el mundo y no poder porque te tengo atravesado en la garganta. Y me matan las pausas, que son como dudas en el discurso de la vida que me dejan con la incerteza y el corazón incendiado porque no sé si esta será la definitiva. Me desgarra, me revienta y me desborda el alma, y a veces sangro lo versos más bonitos por ti, por los mejores besos de la creación. Besos que ni Dios había previsto y por los que perdieron las alas todos sus ángeles. Y es que nuestro lugar es el Infierno. Me mata morirme y, lo peor, me mata no morir de amor que, aunque triste, al menos es una causa digna por la que irse al agujero. Y sin darme cuenta, entre insomnio y la certeza de saber lo que callas, he enfrentado el espacio vacío del folio, he sellado sus pausas y he cimbreado sus abismos. He muerto y he resucitado tantas veces como he dudado en la siguiente frase, he decaído entre las letras de mi (in)sano juicio. Si algo me ha vuelto loco son tus mentiras, y el hueco con olor a verdad que dejabas entre ellas para seguir ilusionándome. Y todo, para decir simplemente: me mata. Me mata que hayas nacido para matarme. Me mata que no vayas a morir a mi lado.
jueves, 6 de enero de 2011
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Uff, a mí me has matado tú con este post.
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