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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



jueves, 13 de enero de 2011

La máquina del tiempo

A veces tengo sensaciones un poco extrañas, y es que soy bastante particular. Aunque seguramente sea una de esas cosas que le cuentas a tu amigo casualmente mientras compartís unas cervezas (porque siempre paga uno y beben varios, aunque también esté el famoso por escaquearse) y descubres que le pasa a todo el mundo y que todos creían que eran únicos y particulares y descubres cuan patético es todo, en especial tú. El caso es que hoy he salido al balcón de mi habitación, que es sólo mío y da a un patio enorme con palmeras y pinos que también me gusta pensar que es sólo mío pero que en realidad comparto con un centenar de balcones y ventanas indiscretas de gente que, creo, me espía en ocasiones. Aunque yo también los espío de vez en cuando, pero le llamo ser curioso porque queda mejor, dónde va a parar. Los curiosos son entrañables y admirados, los espías, en cambio, llevan pistola, y eso nunca puede ser bueno. Volviendo de las ramas por las que me he ido sin pensarlo, he salido al balcón y la temperatura, el color de la luz, la tonalidad del aire y la calidad del conjunto me han trasladado a las tardes de Pascua tumbado en un prado al oeste de mi pueblo, un pequeño conjunto de casas más viejas que nuevas colocadas caprichosamente entre montañas, en el interior. Ha sido como estar ahí, en el mismo prado en el que como pipas todos los años disfrutando de las primeras caricias del Sol y de las conversaciones absurdas con los amigos de la infancia que, aunque cada vez están menos, siempre están para esos momentos en los que lo más oportuno es sonreír. Me pasa a menudo. Otras veces está medio lluvioso y me recuerda a las húmedas tardes de otoño leyendo en casa de mis abuelos maternos, cuando vivía con ellos porque creía que era mejor para sacar adelante bachiller que vivir con mi madre y sacar adelante mi relación con mi hermano, que siempre hizo más aguas. Menos mal que hace poco, y con eso digo meses, encontramos un parche y ahora nunca se nos escapa ni una gota. Llamamos a ese parche Eva, y es nuestra hermana de cuatro añitos, a la que me recuerdan los días soleados pero con viento, porque son bellos pero traviesos como ella. Otros días me transportan a los paseos invernales por la playa cuando hacía la ESO, a las tardes en el cine con una ex, otros me recuerdan a otras personas que han pasado por mi vida, o a momentos que repito a menudo o que, simplemente, pasaron una única pero inolvidable vez.

Es extraño, es una especie de máquina del tiempo, en dos sentidos: porque es el mismo tiempo, meteorológicamente hablando, el que me hace rememorar pasados mejores y es el tiempo, cronológicamente, el que se desdibuja y creo estar ahí por unos instantes, si cierro los ojos, me dejo mecer por el ambiente y olvido que estoy en mi balcón de la gran ciudad, lejos del pretérito. Y es que, al fin y al cabo, la única función del pasado es quedarse atrás.

5 comentarios:

  1. Sí, haces que volvamos la vista atrás y añoremos unos días que, al vivirlos, no nos parecían tan buenos.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Joo....ojalá tuviera yo un balconcito así, pero ¿Sabes? no sería capaz ni de trasladarme cronológicamente ni de inspirarme tanto meteorológicamente como sucede contigo. Y es que ya lo dice Davinia...eres tan entrañable...

    A ver si os veo, que ya tengo ganas.

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  4. Que bonito, a mi también me hiciste volver atrás.
    Mua

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