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Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo



sábado, 27 de febrero de 2010

Brazzaville

-¡Cómo pesa el calor en este lugar!

-¿Y qué esperabas de África?

-Paseos por la selva, paisajes salvajes, animales, colores, sonidos, sentidos. La sonrisa sabia de esas ancianas que recogen el trigo como si el tiempo se hubiera detenido, el caminar pausado de los animales a los que pesa más el Sol que el yugo, el agua cristalina atravesando praderas de piedra, los niños desnudos corriendo y cantando con inocencia, los árboles valientes alzándose retorcidos en medio del desierto, como en una especie de revolución. Quería encontrar el ombligo del mundo, la arruga más profunda de la Tierra. Navegarla, sentirla, cruzarla, soñarla.

-¿Y qué has encontrado?

-Pobreza, olvido, guerra. La cara mala del mundo.

-Bienvenida a la realidad.

viernes, 26 de febrero de 2010

Barcelona

Un cielo de papel pintado se desquebrajaba y sus jirones colgaban sobre nuestras cabezas recortando la silueta del Montjuic junto a las gaviotas del puerto. Sobre nosotros, un teleférico que cruzaba sobre las olas y subía hacia la fortaleza que reinaba silenciosa sobre la ciudad. A nuestros pies, el mar. Eterno, calmo, azul, confundiéndose sus columnas de espuma con los jirones del cielo en un horizonte difícil de entender. Atrás habíamos dejado años de huídas, de miedos, de escondites. Al frente nos quedaba un mundo por descubrir, por navegar, un mundo por el que dejarse caer entre sus pliegues, del que extender las arrugas, en busca de rincones ocultos a los ojos de los incautos y sólo de nuestra propiedad. Y en el más profundo de esos pliegues del mapa mundi de los sentimientos habíamos encontrado esta ciudad, entre jirones de nubes y espuma, entre siluetas de montañas y valles, en la más vieja arruga de la cara amable del mundo. Tú, yo y la vida. Nadie, nunca, nada más frente al mar.

martes, 23 de febrero de 2010

Buenos Aires

-¡Qué inmensa se ve la plaza de Mayo bajo el sol de agosto!
-Sin duda a las Madres les devió de parecer una plaza interminable.

Pasaron los minutos, habíamos caminado sin pausa por la ciudad y al sentarnos en el centro de aquella plaza no pudimos volver a levantarnos. No era el cansancio, no era que ya lo hubieramos visto todo, ¡qué tontería!, sería imposible en una ciudad así. En realidad era simplemente que habíamos llegado donde creíamos que teníamos que llegar. No lo habíamos esperado, no lo habíamos organizado, no lo habíamos elegido. Simplemente había surgido. Tanto divagar por el planeta en busca de un lugar donde sentarnos para dedicarnos un tiempo a nosotros mismos bajo el sol de agosto (o de septiembre, o de octubre...) y lo habíamos encontrado sin darnos cuenta, sin percatarnos, sin ser conscientes de ello. Las gaviotas sobrevolaban la ciudad trayendo la brisa de un mar que estaba más cercano de lo que nadie habría jurado, de un puerto donde volaban pañuelos blancos, de unas calles donde los pañuelos se ataban sobre la cabeza, de una ciudad con una historia infinita. Era como si derrepente se hubieran parado las horas, los minutos, los segundos... en aquella Plaza de Mayo. No era que hubiéramos caminado demasiado, no era que estubiéramos cansados, no era que hubiéramos visto ya la ciudad... simplemente habíamos encontrado el ombligo del mundo. De nuestro mundo.

viernes, 19 de febrero de 2010

Beirut

Era ese sonido como de trompetas y saxos sonando en la noche eterna de aquella ciudad exótica a la otra orilla del mundo. Era el calor y la luz que flotaba en el ambiente y parecía densa, como notas de piano dejadas volar, salidas de las manos de un ciego que, en su invidencia, hubiera visto la luz de Dios. Como un carnaval en blanco y negro, un funeral de color, atravesando autopistas desiertas en el frío polar de una calurosa noche del desierto.

Tu llevabas un vaporoso vestido y yo una sonrisa propia de los años 20. Nos abrazamos y decidimos bailar al son del mapa de los sonidos de aquella ciudad tan extraña que nos abrazaba y nos hacía sentir como en casa, detenidos en un lugar donde no pasaba el tiempo y donde nada ni nadie podría acabar con la paz mediterránea que reinaba sin prisas. O eso creíamos.

Las bombas empezaron a caer tan rápido, rasgando en destellos de fuego el manto negro del cielo, precipitándose sobre el mar de abriles sin miedos que besaba los pies de la urbe, que apenas nos dimos cuenta cuando impactaron sobre nuestros sueños y nuestros cuerpos se dispersaron, separándose en miles de trozos, aunque no consiguieron separar nuestras manos, que volaron unidas por una fuerza mayor que la guerra hacia el infinito.

Corría el mes de marzo del 85 y tú eras mi primer (y único) amor, en aquella ciudad llamada Beirut.

jueves, 18 de febrero de 2010

Champán

Ahora tengo un sentimiento que me impide respirar, no me importan tus problemas, dudas, quejas y demás. No me importa que me mires, que te mueras por posar. Flashes, cámaras y luces, mil mentiras por contar. Todo vicio, todo humo, historias vacías para rellenar las de los demás. Papel couché y portadas, color y envidias (pero no sanas)... ¿Qué más?

Sé que me miras desde el anonimato y que deseas que te toque, te sonría y te dedique un poco más de mi tiempo de oro. Deseas que mi lengua toque tu piel en una bañera repleta de gente desnuda, de movimientos desenfrenados, de monedas, billetes, lujuria, ambición y champagne. Pero no me importa nada ya, esto es fama y nada más, reconocimiento a rebosar... tengo más de lo que podrás desear, puedo darte más de lo que nunca soñarás, de lo que me podrás pedir, de lo que lograrás imaginar.

Ahora tengo un sentimiento que me impide respirar, no me importan tus problemas, dudas , quejas y demás. ¿Sabes por qué? Porque mi tiempo de oro no es mío, ni mis monedas, ni la gente que me adora y roza mi piel, ni la bañera repleta, ni las portadas, ni la eternidad. La fama es un sacrificio más...

lunes, 15 de febrero de 2010

La Tierra

Cuando murió el pueblo se llenó de mariposas. No era primavera, es más, las hojas apenas estaban siendo empujadas hacia el suelo por el otoño y llevaba cuatro días lloviendo. Y seguía lloviendo al paso del ataúd, y las mariposas amarillas volaban entre el tumulto negro, sobre el camino gris, bajo el oscuro cielo. Las alas humedas se les pegaban unas con otras y caían hacia el suelo como kamikazes sin otra víctima que las miles de hormigas rojas que habían salido a acompañar a la muchedumbre de luto. Se les subían por las piernas, trepaban por las manos y se metían entre las maderas del cajón. Los piés de la gente se hundían en el fango de donde surgían lombrices temblorosas buscando sin ojos la luz, e incluso dicen que en la costa, a cientos de kilómetros de allí, se desató de improvisto una tormenta y los cangrejos caminaron hacia el interior hasta llegar al cementerio entrada la noche, mientras que los peces habían saltado suicidas a la arena, asfaltando la playa con sus últimos suspiros.

A quien se lo contaras creería que era una leyenda. Desde luego, no la conoció.

Cuando murió, el cielo estuvo llorando durante años y pronto los peces llegaron hasta el pueblo sin necesidad de morir en la arena. Cuando la matamos, no caminábamos a su funeral, caminábamos directos al nuestro.

lunes, 8 de febrero de 2010

Ansiedad

Me falta el aire. Me faltan las fuerzas. Noto que mi boca no da a basto y mi nariz no es lo suficientemente poderosa para mantenerme en vida. Me faltan pulmones y siento una opresión en mi pecho. Son las raíces del mundo que hacen fuerza contra mi corazón marchito. Y ya no puedo resistirlo más. No podré aguantar más la opresión, la fuerza y la ansiedad. Los otoños perennes en mi mirada y los inviernos eternos junto al mar.

Simplemente.

Me falta el aire. Me faltan las sonrisas, las mañanas felices, las canciones que cantábamos y soñábamos con oir mientras dábamos la vuelta al mundo en un velero que partió de la bahía de Hong Kong y llegó a atravesar el desierto para quedarse varado en medio. Que resurgió en un lago en Central Park, NY, capital de nuestra imaginación, y que cayó rodando como un juguete por los inclinados tejados de Montmartre, donde nos abrazamos mirando la Torre Eiffel mientras los gatos maullaban al rededor.

Me faltas tú. Y por ello, no es que me falte el aire, lo que me faltan son las ganas de respirar.

domingo, 7 de febrero de 2010

Recuerdos

Me levanto, y todo me recuerda a tí.La luz nívea que entra por la ventana y se acuesta en la cama, echándome a mí de ella. El tacto de las sábanas al expulsarme de sus dominios. Mis piés descalzos tocando las frías baldosas. El roce del calcetín al introducir mi pie izquierdo, y la suavidad con que entra el derecho. El olor a café mientras me ducho, y el olor del champú, y el del gel, y el del agua. Sí, el del agua. El agua tibia de la ducha, el agua hirviendo para el café y el agua helada para afeitarme. Me recuerda a ti la resistencia de mi barba, y la música que suena en la casa mientras se despierta el día.

Me acuesto, y todo me recuerda a tí. La luz inexistente que se ha fugado de la cama y me la ha dejaod fría, mis pies helados y el olor a alcohol que se me ha quedado pegado a la piel.

Y entre esos dos instantes todo me ha recordado a tí. Las películas que vimos, las canciones que oímos y los instantes que compartimos se esparcen por toda la ciudad y aunque yo intento no pensar todo se confabula e instite y logra que siga pensando en tí.

Todo me recuerda a tí, sobre todo cuando me doy cuenta de que tu no te acuerdas de mí.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Macondo

Y allí estaba el patio de la casa. Se entraba por los grandes portones de madera, se atarvesaba el amplio recibidor de tierra molida, se pasaba junto a los establos, a través de la cocina, se recorría el perfumado pasillo de las begonias, más allá de las habitaciones, y allí estaba el patio de la casa. Con su enorme almendro en el centro, con el esqueleto de un centinela atado a él bajo un porche de palma roído por el tiempo. Y en aquel patio siempre llovía y a ella le recordaba al espíritu de Melquíades por los pasillos, a Rebeca comiendo tierra con lombrices para matar la ansiedad, a Amaranta bordando pañuelos para envolver su muñón quemado, a Remedios desangrándose, a José Aureliano y sus bigotes largos y sus pescaditos de oro, a Arcadio y sus complejos y megalomanías, a la pobre Úrsula sufriendo, siempre sufriendo.

Y allí estaba el patio de la casa, y en realidad no existía, eaunque ella lo veía, No existía ni el almendro, ni José Arcadio atado a él, ni ningún otro personaje de aquel Macondo que crecía en su interior. Le habría encantado llamarse Remedios o Rebeca, o Úrsula, o Amaranta, incluso Arcadia o Aureliana. Le habría encantado salir fugaz de la pluma de un premio Nobel y quedar para la posteridad.

Pero lo único que aprendió de la novela fue a vivir cien años de soledad, y es que desde que él, aquel que le regaló el libro, que le enseñó a vivir, a sentir, a reir, a disfrutar... Desde que él se fue nunca más volvió a atisbar la realidad.